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Isaac Pozo Ortego.

En 2021, la 26 Conferencia de las Partes por el Clima (COP26) de Naciones Unidas acordó el objetivo de no superar los 1,5ºC de media sobre los niveles previos a la revolución industrial para el año 2030.  Parecía un objetivo alcanzable, teníamos nueve años por delante y una posibilidad, ya que salíamos de la crisis del coronavirus y había cierta sensación de euforia y optimismo. Sin embargo, Copernicus, el programa de observación de la tierra de la Unión Europea, acaba de publicar el informe Lo más destacado del clima mundial en 2023, en el que señala que el año que acaba de terminar ha sido 1,48ºC más cálido que el nivel preindustrial de 1850-1900. Pero las malas noticias van mucho más allá. No sólo hemos superado la temperatura media, sino que 2023 ha sido el año más cálido desde 1850, que es cuando se empieza a tener registros estructurados. También ha sido el año en el que todos los días la temperatura ha excedido en, al menos, un grado el nivel preindustrial, y la mitad de los días se han superado los 1,5ºC. Dos años han bastado para llegar al objetivo de 2030, en los próximos sólo podemos empeorar y alejarnos de este objetivo. Fíjense en el siguiente gráfico del servicio de cambio climático de Copernicus (C3S): muestra las desviaciones de temperatura, conocidas como anomalías, usando como periodo de referencia la media de los años 1991 a 2020. Se utiliza esta media para eliminar eventos extremos, o meses especialmente fríos o cálidos que pudieran desvirtuar la medida. Aún con estas correcciones, el año 2023 no sólo ha sido el más cálido (fue 0,60 °C más cálido que la media de 1991-2020), sino que, salvo los primeros meses -en los que fue superado por 2016, otro año de récords-, todos los meses ha superado, por mucho, al resto de años de la serie desde 1940. Y no sólo eso: podemos ver cómo cada década que pasa las anomalías -separación entre las rayas- se incrementan. Gráfico de las desviaciones de temperatura. Copernicus Climate Change Service (C3S)

Además, tampoco es que hayamos avanzado mucho este año. La última conferencia de las partes por el clima celebrada en Dubái, en diciembre, fue una oportunidad perdida, ya que se centró más en tecnologías potenciales de eliminación de gases de efecto invernadero que en verdaderos acuerdos de reducción de emisiones.

Si bien, por no ser tachado de alarmista, 2023 es un año de transición hacia el fenómeno del Niño, un calentamiento de las aguas del Pacífico oriental que ocurre cada siete años, e implica mayores temperaturas medias globales. También es cierto que en el objetivo de no superar 1,5ºC se considera que las temperaturas seguirán subiendo hasta un pico hacia 2025, y luego descenderán. Pero estos dos componentes tienen una segunda lectura: se espera que 2024 sea más cálido, con fenómenos más extremos en la costa oeste de Sudamérica por el Niño, y que con un incremento de las anomalías tan rápido este año, ya se pone en duda que estemos cerca de ese pico y este se vaya más allá de 2025. Ahora mismo desconocemos cómo de alto será el pico.

Es la sociedad civil la que debe marcar el paso y pedir a los poderes públicos que actúen. Parece que los políticos no lo consideran urgente y van retrasando las medidas más duras con excusas como que “ahora no es el momento por la coyuntura económica»

Los objetivos de 1,5ºC, 2ºC y superiores son simplemente números redondos, fruto de acuerdos entre políticos y científicos en las conferencias por el clima de 2007 y 2008. Sin embargo, los efectos serán muy distintos, dependiendo del lugar en que nos encontremos. En el siguiente gráfico, llamado gráfico de las brasas ardientes, del quinto informe de evaluación de los efectos del cambio climático, se cuantifican los efectos en función de las anomalías (derecha) en distintos eventos y motivos de preocupación (barras), ordenado por colores en función del nivel de incremento de riesgos en distintos fenómenos (barra inferior). Gráfico de las brasas ardientes. Informe de síntesis AR5 del IPCC

Este gráfico también nos dice los riesgos adicionales que implican los aumentos. Por ejemplo, con un aumento de 1,5ºC a 2ºC, crecerán los riesgos por fenómenos meteorológicos extremos en un 170%, y el 28% de la población mundial quedaría expuesta a olas de calor severas. Asimismo, un calentamiento por encima de los 2°C tendría consecuencias inaceptables para los Estados insulares en desarrollo, y otras regiones altamente vulnerables.

También nos sirve para analizar qué pasaría si no hacemos nada y seguimos contaminando como ahora. Es complejo predecir cuánto aumentarían las temperaturas, porque depende de los gases de efecto invernadero que emitamos, que, a su vez, están relacionados con la actividad económica y las mejoras tecnológicas. Pero, para hacer aproximaciones, se utilizan diferentes escenarios climáticos: los informes hablan de incrementos medios de entre 2,4 y 2,7ºC, con aumentos extremos que pueden llegar hasta los 5,7ºC. En cualquiera de los supuestos, las consecuencias son catastróficas, pudiendo alcanzar el nivel de riesgo muy alto, como indica el gráfico, si superamos los 2,5ºC.

¿Y con todo esto, ahora qué?

Es la sociedad civil la que debe marcar el paso y, diferenciando entre lo urgente y lo importante, pedir a los poderes públicos que actúen. Aunque la adaptación al cambio climático se percibe como algo importante, parece que los políticos no lo consideran urgente y van retrasando las medidas más duras con excusas como que “ahora no es el momento por la coyuntura económica”, o que “se abordarán estas medidas impopulares cuando pasen las siguientes elecciones”.

Es hora de dejar de lado políticas a corto plazo, y ponernos a trabajar en medidas de adaptación ante el problema que nos acecha. Si mientras lo hacemos descubrimos e implementamos tecnologías limpias que hagan innecesarias estas medidas, admitiremos el error y la pérdida económica que implica, pero si estas tecnologías no son tan eficientes o tienen un recorrido temporal mayor, al menos, nos habremos preparado para la que se nos viene encima.

Si no, seguiremos esperando a que los problemas climáticos se conviertan en algo urgente y, entonces, entenderemos por qué eran importante.

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Isaac Pozo Ortego es director de proyectos de la Fundación Alternativas.

 

 

 

 

Por psoech

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