El hundimiento del tercer depósito del Canal de Isabel II en 1905

Alfredo Liébana Collado

Uno de los accidentes más graves de la historia de la obra civil en España ha sido el hundimiento del tercer depósito del Canal, situado en los alrededores de las Avda. de Islas filipinas en el distrito de Chamberí, a las 7:15 de la mañana del 8 de abril de 1905. Este accidente tuvo una enorme repercusión social en la época, como se puede observar en la lectura de la prensa del momento, así como en la vida de la sociedad madrileña en los años posteriores. Era un momento donde la ciudad estaba en un proceso de expansión, siendo una obra pública de gran utilidad social e innovación técnica.

El depósito formaba parte del sistema de abastecimiento de aguas de Madrid, siendo el más grande de los tres (dispone de una capacidad de 461.000 metros cúbicos, habiendo sido reformado recientemente). Tenía por función inicial poder suplir a los dos depósitos existentes, que acumulaban el agua procedente del rio Lozoya, y poder hacer su limpieza periódica para evitar enfermedades a los madrileños y aumentar al doble la reserva de agua en la ciudad. Este tercer depósito se finalizó en 1915 tras el accidente y casi 25 años después de su inicio. En 1911 se construye un depósito elevado, situado en las cercanías del segundo depósito. Por último, el Canal hizo en 1945 el depósito de Plaza de Castilla.

Las necesidades de agua en el Madrid de 1905 eran para poco más de medio millón de habitantes, pasando en la actualidad a las de una ciudad de 3,2 millones.

El proyecto consistía en la construcción de cuatro compartimentos de 20.000 metros cuadrados cada uno, con un total de 36 filas de bovedillas sobre vigas rectas de 270 metros de longitud en cada compartimento.

Los trabajos se iniciaron a mediados de los noventa y en el momento del accidente se estaba aplicando una capa de tierra vegetal de 25 cm sobre las bóvedas ya construidas con hormigón, material que se utilizaba por primera vez en España en una obra de este tipo.

La obra fue adjudicada de entre las 14 presentadas a la Compañía de Construcciones Hidráulicas y Civiles del ingeniero José Eugenio Ribera por ser una propuesta más barata (millón y medio de pesetas) y más rápida (en un año).

El director del Canal era el también ingeniero Rogelio Inchaurrandieta y la dirección facultativa sería del Ingeniero jefe de Obras Públicas Alfredo Álvarez Cascos, asumiéndose que eran menores en este proyecto las pruebas de carga que en el resto de los proyectos. Los trabajadores serían jornaleros.

El derrumbamiento produjo una caída general de las vigas construidas, enterrando entre los escombros a los trabajadores, con el resultado de 30 obreros muertos y de 54 heridos graves que no pudieron en su mayoría volver a trabajar (1), sólo se salvaron los capataces y algunos obreros que se encontraban circunstancialmente en los bordes de la obra.

La causa del accidente fue un error en la construcción que se discutió mucho en la prensa, acusando una parte de ella (la republicana, liberal y la obrera) a los empresarios de no hacer el gasto debido en los materiales y en la protección de los trabajadores, defendiéndose por el contrario en los medios técnicos especializados que la causa se debió al uso inadecuado del hormigón, no previéndose los problemas de dilatación causados por el inusitado calor de ese mes de abril de 1905. El juicio dos años más tarde absolvió a los responsables ya que habían seguido la legislación y los trámites prescritos para la construcción, sobre todo por el gran prestigio de los defensores, siendo éstos el abogado Melquíades Álvarez (prestigioso catedrático de derecho por Oviedo y diputado, que sería un político de larga trayectoria, primero reformista y posteriormente liberal republicano de gran importancia en la política española durante casi cuarenta años, siendo más de un cuarto de siglo diputado, llegando a ser presidente del Congreso), actuando como perito José Echegaray (brillante ingeniero y premio Nobel de Literatura en 1904).

Actualmente se piensa por los Ingenieros de Caminos que existieron errores tanto en las estructuras de fijación laterales que soportaran el hormigón construido, como en las pruebas de resistencia de los materiales, existiendo además una precipitación en las adjudicaciones de obra. Aunque se hicieron pruebas de carga la complejidad y novedad de la obra hubiera requerido una mayor minuciosidad. Por otra parte, no deja de sorprender en el mes y en la hora tan temprana en la que se produce el accidente que la causa aducida sea el calor, siendo cierto que los registros de la época indican temperaturas poco habituales para esas fechas (36 grados al sol). La reconocida elocuencia y brillantez de los defensores no obvia el drama producido, los socialistas de la época clamaron por una respuesta cívica de justicia y reparación.

La respuesta solidaria fue extraordinaria, colaborando toda la ciudad, junto con bomberos y militares en el rescate de los supervivientes, protestando los socialistas por paralizarse los trabajos por la tarde de ese día. La indignación de los obreros y vecinos resultó muy elevada, habiendo participado muchos en el rescate de los heridos y de los cadáveres desde primera hora de la mañana. Todo ello fue seguido de una manera inmediata por la prensa que publicó multitud de artículos y debatió largo tiempo sobre las causas.

Se produjeron varios tipos de respuesta, unas de carácter inmediato el mismo día 8 produciéndose múltiples manifestaciones espontáneas que recorrieron las calles de la ciudad, donde se dirigieron unos a los restos del tercer depósito, otros al Ministerio de la Gobernación en la Puerta del Sol y otros llegaron hasta el Palacio Real. En estas manifestaciones se distribuyó en mano un manifiesto firmado que además se publicó al día siguiente en varios periódicos como El País, El Imparcial y El Liberal y que reproducimos:

“A LOS OBREROS Y AL PUEBLO DE MADRID EN GENERAL: CIUDADANOS:

La avaricia del capitalismo y la incalificable tolerancia de nuestros gobernantes, han proporcionado un día de luto a esta población. No pueden alegar ignorancia los culpables de tan inmensa catástrofe y sus amparadores, pues la Prensa ha anunciado más de una vez la proximidad de la catástrofe. Es tan inmensa ésta, que nuestro corazón apenado y nuestra inteligencia ofuscada no encuentran frases con que expresarlas, porque no tenemos más que llanto en los ojos e indignación en el alma. Indignación, sí, y tan grande, que nos hace pensar en las grandes reivindicaciones sociales y en el momento que se haga valer la vida de un hombre más que un miserable puñado de pesetas. No hay que acusar al acaso, no hay que inquirir las causas de tan inmensa catástrofe porque ésta era inminente, necesaria, fatal; porque no era posible de ninguna manera que una obra realizada e inspirada por la avaricia, por el afán de lucro, tuviera la consistencia necesaria. [..] Esta es la más grande acusación que se puede lanzar al rastro de esos infames explotadores del pueblo. Hay que protestar y que pedir el inmediato castigo de los culpables, y para ello citamos mañana domingo, a las tres de la tarde, en la glorieta de los Cuatro Caminos en correcta manifestación a pedir justicia a los Poderes Públicos. Madrid, 8 de abril de 1905”.