RELATO NAVIDEÑO
Terminó el bachillerato con buenas notas y se matriculó en el Instituto Nacional de Educación Física (INEF), el deporte era lo suyo. El deporte y la política. Se afilió a las Juventudes del Partido y en seguida se encargó de la Secretaría de Cultura y Deporte. Y brilló. Brilló mucho. Por su elocuencia, por su capacidad de comunicación, por su atractiva imagen deportiva, por sus espectaculares mítines de campaña. La frenética actividad política le impidió seguir con sus estudios universitarios. Nada más terminar primero de carrera, lo dejó. Ya continuaría cuando tuviera más tiempo. Y efectivamente pasó el tiempo y cuando su Partido hubo de hacer las listas al Ayuntamiento, le pusieron en un lugar de salida, por el cupo de Juventudes. Ya tenía suficiente experiencia política. El Partido ganó las elecciones y le designaron Concejal de Deporte y Juventud. De pronto supo lo que era viajar en coche oficial, en lugar de aquella moto tuneada de segunda mano, que tanto le gustaba. Era una época en la que los ayuntamientos de dedicaban a construir pabellones polideportivos y él empezó a acompañar al Alcalde a la inauguración. Era muy popular, conquistaba a las mujeres con facilidad, pero apenas les dedicaba tiempo y le dejaban. El de quien estaba enamorado era de la política, a la que dedicaba las 24 horas del día. Incluso cuando dormía, soñaba con nuevas iniciativas para atraer a los jóvenes al deporte. Pero llegó el día en que su Partido perdió las elecciones. Tenía 28 años. Esta vez le sustituyó en la lista otro militante de Juventudes en puesto de salida, a él le pusieron también en un lugar en el que podría haber salido, pero el resultado electoral fue tan malo que se quedó fuera. Y empezó a buscar trabajo. Sus compañeros de Partido no le colocaron en ningún puesto de gestión en el Ayuntamiento, pues desde la oposición era difícil y había mucha gente más importante delante de él. Sorprendentemente le parecía que su currículum político era un obstáculo, aunque la realidad era que lo que era un obstáculo de verdad, para los trabajos que solicitaba, era su falta de titulación académica. Intentó seguir con sus estudios en el INEF, pero no fue capaz. Entró en estado de ansiedad, lo que le llevó a criticar a sus compañeros de Partido, porque no le encontraban un sitio y también al propio Partido. Empezó a sentirse solo, abandonado por los suyos. Finalmente, alguien le buscó un puesto de cajero en un supermercado. Pero, acostumbrado a su vida de restaurantes caros y coche oficial, el sueldo que ganaba no le daba para nada. Dejó el bonito piso del buen barrio donde vivía, pues no había ahorrado mucho y ya no podía pagar el alquiler. No aceptaba su nueva forma de vida. Él, que había salido en la prensa local todas las semanas. Él, que había sido admirado como el concejal de moda. No podía ser. Empezó a perseguir a los actuales concejales de su Partido en la oposición. Se hizo cada vez más un personaje incómodo. No entendía de que iba esto. Y, al final, metió la mano en la caja del supermercado una y otra vez, hasta que le descubrieron. Le echaron a la calle. En esa situación estaba, cuando me lo encontré cerca de la puerta de unos grandes almacenes, vendiendo patitos con pilas, que nadaban sobre un pequeño barreño de agua: “cuá, cuá, patitos de verdad” decía. Una especie de turbación e impotencia me abrumó. “No te preocupes”, le dije, “saldrás adelante”. No he vuelto a saber de él.
Le conocía porque había sido compañero mío de colegio. Él mismo me contó su historia.