Vivimos una paradoja curiosa en la percepción de la ciudadanía respecto de las relaciones entre…
Por Rafael Simancas | lunes, 01 de noviembre de 2021 | Fundación Sistema
Vivimos una paradoja curiosa en la percepción de la ciudadanía respecto de las relaciones entre los diferentes actores políticos en España.
Las encuestas reflejan que la mayoría de los españoles valora positivamente el entendimiento entre las distintas formaciones políticas pero, a la vez, suele interpretarse en términos problemáticos el proceso negociador que lleva a tal entendimiento y colaboración.
Si la colaboración entre fuerzas políticas diversas resulta de interés general, el inevitable contraste de pareceres previo a todo acuerdo no debería ser visto como reflejo de conflicto e inestabilidad, sino como condición imprescindible para aquel propósito.
Las sociedades democráticas son plurales en ideología, pensamiento y convicciones. Su representación en las instituciones es también plural y compleja, en consecuencia. Tal realidad obliga a representantes y gobernantes a organizar el espacio público compartido desde el diálogo y la búsqueda permanente de acuerdos.
Cada vez en mayor medida, los parlamentos y los consistorios se conforman con mayorías relativas y en reconstrucción constante. Y cada vez en mayor proporción también, los gobiernos contienen en su seno varias fuerzas coaligadas.
De hecho, la inmensa mayoría de los parlamentos europeos, nuestras Cortes Generales, los parlamentos autonómicos y las corporaciones locales en España carecen de mayoría absoluta a favor de un solo partido político.
Y hasta 20 de 27 gobiernos nacionales en la Unión Europea lo son de coalición, al igual que ocurre en la mayor parte de los gobiernos de nuestras Comunidades Autónomas y los principales Ayuntamientos.
La gran ventaja de la representación plural es el reflejo fiel del pensamiento plural de la ciudadanía, alejando el riesgo del “no nos representan” que tanto predicamento obtuvo en torno al 15-M. El riesgo está, efectivamente, en la inestabilidad y la gobernabilidad compleja.
Sumar mayorías en una representación fragmentada es más difícil, claro, y gobernar en coalición requiere de esfuerzos suplementarios, desde luego. Pero esa es la responsabilidad de quienes damos un paso adelante en la tarea política. No cabe regañar al votante, sino gestionar con voluntad y pericia su decisión soberana.
El Gobierno de Pedro Sánchez, el primero de coalición en España desde la Transición Democrática, ha demostrado que puede gestionarse con estabilidad y eficacia desde una composición plural. Este ha sido el Gobierno que nos ha conducido a través de la mayor crisis de nuestras vidas, la crisis de la pandemia y sus efectos, y ahí están los resultados.
El Gobierno de coalición de España ha dirigido el proceso de vacunación más efectivo de Europa, cuenta con uno de los niveles de incidencia más bajos del virus y está encabezando las estadísticas internacionales de recuperación de la actividad económica, el empleo y la cohesión social.
Contamos con un Parlamento fraccionado, el más fraccionado de la historia constitucional, de hecho. Hasta diez grupos parlamentarios y 26 fuerzas políticas diversas y no pocas veces contrapuestas. Pero este Parlamento ha sacado adelante una investidura, tres estados de alarma, una moción de censura, más de 60 decretos leyes, cerca de 40 proyectos de ley y vamos camino de nuestros segundos presupuestos.
Poner de acuerdo a una mayoría así de heterogénea no resulta rápido ni fácil, por lo común. Pero así se ha promulgado la ley educativa de la igualdad de oportunidades, y la ley de eutanasia, y la ley contra el cambio climático, y el ingreso mínimo vital…
Las coaliciones funcionan, y el Gobierno de España es buena prueba de ello. Ahora bien, para que las coaliciones funcionen han de darse una serie de condiciones, que dependen en su cumplimiento, ante todo, de la voluntad, la pericia y el compromiso de los contrayentes.
Un acervo común de valores, una convergencia suficiente de objetivos, un acuerdo sólido y explícito sobre el camino a recorrer juntos, y un desarrollo leal del trabajo. Lealtad en el cumplimiento de los acuerdos. Lealtad en el respeto mutuo que se deben los socios. Y, sobre todo, lealtad hacia el interés general de la ciudadanía.
A menudo hemos hecho mención del decálogo del buen parlamentario que algunos llevamos en la convicción y en la acción de manera cotidiana.
- Fomentar cada día un clima de confianza mutua.
- Interlocución constante.
- Coordinación planificada.
- Preparación previa de cada reunión e iniciativa.
- Interlocutores estables y con margen negociador.
- Pactar los acuerdos y también los desacuerdos.
- Evitar pulsos en los medios de comunicación.
- No sorprender al socio.
- Equilibrar bazas y cesiones.
- Hablar antes que actuar y negociar antes que votar.
¿Hay desencuentros y desacuerdos a pesar de todo? Desde luego. Pero cuenta la voluntad de afrontarlos y superarlos atendiendo siempre al bien común.
Esta legislatura XIV y este Gobierno de Pedro Sánchez pasará a la historia por muchas cosas. Por la dimensión de las crisis que afrontó, por las nuevas conquistas que aportó, por la deslealtad infinita de su oposición…
Y también por demostrar que se puede gobernar con estabilidad y eficacia desde una representación política plural y diversa.