Una familia de Marruecos cruza la frontera para pasar el día en Melilla. Van a la playa, comen y después la madre se encamina bajo un sol de plomo…
https://fundacionsistema.com/ | Por José Félix Tezanos | Director de Temas | domingo, 23 de mayo de 2021
Una familia de Marruecos cruza la frontera para pasar el día en Melilla. Van a la playa, comen y después la madre se encamina bajo un sol de plomo con su hija de seis años cogida de su mano a un Centro institucional español. La madre va explicando a su hija que van a un sitio donde la van a dar caramelitos. La madre se detiene en la puerta, dice a la niña que entre y se dirija a las personas de la entrada y las pida los caramelitos. La niña obediente sube unas escalinatas, entra en el centro, se dirige a una persona que está en la recepción y la pide los caramelitos. Durante unos minutos el funcionario español y la niña intercambian preguntas y respuestas. “¿Estás sola? –pregunta el funcionario–. No, he venido con mis padres –responde la niña–. ¿Y dónde están? –Están esperándome a la puerta”. El funcionario se levanta, va a la puerta, pero la madre ya no está. De esta manera –es una historia real–, una familia marroquí intenta que su hija sea acogida en un Centro de un país con una renta per cápita y unas condiciones de vida muy superiores a las suyas, donde piensan que su hija puede tener un mejor futuro.
El flujo de personas y de mercancías entre Ceuta y Melilla y el territorio marroquí tiene lugar en un contexto bien preciso, en una frontera en la que las diferencias de renta existentes a un lado y otro son espectaculares. De las más grandes del mundo. Bastante mayores que las que existen en la famosa frontera entre México y EE.UU.
Por eso se entiende que, ante situaciones y contrastes de esa naturaleza, la tensión migratoria sea acuciante y de difícil gestión. Solo con situarte a un lado u otro de la frontera te puedes o no beneficiar de las oportunidades que se ofrecen en un país mucho más rico, en el que solamente por razones circunstanciales el que pasa de un lado a otro experimenta automáticamente una movilidad social ascendente. Es decir, al margen de las condiciones personales de cada cual, a este lado de la frontera se podrá disfrutar de unas oportunidades educativas mayores, de unas atenciones médicas y asistenciales superiores y, en consecuencia, también de unos horizontes laborales y vitales de carácter bastante distinto.
La niña del relato es una persona real cuya historia nos contó durante una conferencia en Melilla una Educadora social comprometida y doctoranda de la UNED. La niña era conocida en el Centro de acogida de menores de Melilla como “Caramelito”. Su historia tiene como base los mismos principios y motivaciones de otras historias similares de niños inmigrantes que acaban en centros de acogida que les mantienen y les educan hasta que cumplen la edad de acogida prevista para tales centros. Momento en el que automáticamente son puestos en la puerta de salida, quizás con una maleta con unos pocos enseres. A partir de ese momento, todos sus esfuerzos se concentrarán en intentar llegar a la Península, que desde el otro lado del Estrecho es vista como un paraíso de posibilidades y de oportunidades de supervivencia. Este es el origen de los MENAS (Menores Extranjeros No Acompañados). ¡Menuda palabreja!, que algunos utilizan como un espantajo amedrentador, con resonancias peyorativas y despectivas.
Esa es la situación en la que se encuentran un número apreciable de jóvenes en sociedades prósperas como la española. Sociedades que no han logrado erradicar las condiciones de pobreza en las que viven otras personas que han tenido la “suerte” de nacer en países como España, muchas de ellas niños y jóvenes que también padecen carencias y que ha dado lugar a una tasa de pobreza infantil en España que, pese a todos los avances alcanzados, es una de las más altas de los países europeos desarrollados. Para vergüenza pública de todos.
Detrás de cada “menor no acompañado”, es decir, que se encuentra solo, hay una historia similar a la de “Caramelito”. El hecho de que la situación de los MENAS en España haya llegado a convertirse en las últimas campañas electorales en un elemento de crítica arrojadiza contra otros partidos políticos, y de repudio de la naturaleza de los propios MENAS es algo que te hiela la sangre. ¿Qué catadura moral tienen aquellos que intentan mantener su segregación y su cosificación como elementos sociales repudiables?
La exacerbación de la xenofobia y del egoísmo insolidario, junto a la instrumentalización del miedo entre sectores sociales bien concretos, adobados por las protestas airadas de aquellos que no quieren que el Estado dedique recursos a la atención de estos niños y adolescentes, trasluce el grado de degradación egoísta al que pueden llegar algunas de nuestras sociedades. Sociedades en las que determinados sectores de opinión son incapaces de entender que vivimos en un mundo global, de sociedades tan interconectadas e interdependientes entre sí que permiten concluir que no habrá un futuro de posibilidades para todos, ni habrá arcas de Noé para algunos elegidos, si no existe una comprensión clara de que todos somos parte del mismo género humano y todos vamos embarcados en la misma nave, en un tiempo de carencias e incertidumbres que hace que las políticas de solidaridad sean imprescindibles. E indivorciables de nuestra propia condición humana.