Diario Progresista

Por Antonio Miguel Carmona.

Se nos ha ido María Ruipérez. Y sin decirnos nada. Fue cuando caía la tarde del primer día de este año bisiesto que acaba de llegar y ahora es como si quisiéramos que termine. Nos encogió el alma sin poder darle el último adiós, los últimos abrazos y los últimos besos que nos faltaron. Hoy, esta fría mañana de enero, la fui a ver al velatorio de San Isidro, envuelta en su bandera republicana y sus ojos cerrados como si aún estuviera viva para mantenernos a los demás despiertos en este océano en calma, la mar bonanza y los recuerdos llegando como el oleaje inunda las playas de nuestra memoria.
Conocí a María Ruipérez Alamillo un día de primavera después de que el Partido Popular se hiciera con la victoria en aquellas elecciones generales que se celebraron el 3 de marzo de 1996. La derecha española, capaz de ceder a la derecha periférica todo lo imaginable por un puñado de votos que sirvieron para sostener aquel primer Gobierno de José María Aznar, ponía punto y final a catorce años de gobierno socialista. Tuvo que ser en aquel marzo sin idus en el que María entró por la puerta de la Agrupación Socialista de Chamberí, entonces en la calle Sagasta. Con la determinación de quien sabe lo que hace, se dirigió a los allí presentes y dijo: -“Quiero hacerme militante del partido socialista ahora que van mal las cosas”. Han pasado casi treinta años. Desde entonces María lo dio todo de sí misma. Su calor y su fuerza arrolladora, su simpatía y su bondad invasiva, su ironía y su inteligencia sorprendente. Nos ponía a todos a prueba a la hora de dar un paso para adelante y jamás uno solo hacia atrás. Nunca pidió nada. Nunca quiso formar parte de las listas de concejales, de diputados, siquiera de cualquier cargo orgánico que pudiera cubrir el prurito o el anhelo del que quiere llegar a ser más. No, María no vino para ser más ella, vino para hacernos más al resto. Para tratar de que los demás fuéramos más grandes, más socialistas, mejores personas. Formaba parte de esos militantes que, a cambio de nada, lo dan todo. Por personas como ella este partido es indestructible, aunque luego las enciclopedias les nieguen el paso y los libros no recojan su nombre en el infiel universo de nuestra biografía. Se lo debía a su historia familiar, al mundo injusto contra el que se rebelaba. Se alzaba contra una realidad que apenas le gustaba y que trató de cambiar con la voluntad decidida de aquellos que saben que muchos granos de arena hacen una montaña gigante. María era una profesional conocida que no necesitaba la política, ni la utilizó nunca. Ni para medrar, ni para consagrarse, ni para vivir del erario a base de discursos huecos y propuestas inmaduras. Aunque tuvo épocas de enorme agobio, quizás por un cierto desorden natural que guiaba sus pasos, María tenía la vida resuelta. Por eso, sin necesidad de ambicionar para sí siquiera un lugar en la gloria, formó parte de diversos comités locales de los Socialistas de Chamberí, fue tremendamente activa en la Junta de Distrito, y su deseo personal más ambicioso fue como mucho formar parte de las listas del PSOE para no salir. El PSOE está hecho con estas ramas generosas que convierten al partido en un robusto roble de casi siglo y medio de vida. Militantes sin los que la organización no existiría. Mimbres de aquellos cestos que trajeron a nuestro país la universalización de la sanidad, de la educación, de las pensiones y de los servicios sociales. María, además, fue una gran amiga en aquellos años tempestuosos en los que ella administraba su hacienda como yo mi corazón. Lustros en los que un grupo de amigos, algunos pétreos hoy contemplando su ya pálido rostro en el tanatorio, nos bebíamos las noches hasta amaneceres plagados de ideología, poesía y libertad. Psicóloga de prestigio, madre ejemplar, socialista inigualable. Cayó fulminada por un rayo que quiso arrancarle el corazón el primer día de este 2024 en uno de los atardeceres más tristes que mi memoria recuerda. Todos tenemos una meta en la vida. Una ambición a la que perseguir. Un objetivo que cumplir, tratando a veces, como mucho, de hacer coherente nuestro relato público y nuestro quehacer privado. María tenía colmada su vida profesional y su vida familiar, más pendiente de la salud de los hijos que de ella misma. Casi nadie puede decir lo mismo: lo dio todo por nosotros, por el socialismo y por la igualdad. Siempre con una sonrisa en los labios, la mirada agitada y la ironía esperando punzar donde la reacción apunta. Trabajadora incansable. Socialista de siempre. Republicana, amiga y compañera. A cambio de nada, lo dio todo por los demás. A cambio de nada.
 

 

Por psoech

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