Juan Antonio Fernández Cordón
Economistas frente a la crisis

En una óptica de tiempo largo, la historia de los últimos dos siglos ha estado dominada por la llamada transición demográfica caracterizada por el paso de una situación de escaso o nulo crecimiento demográfico, resultado de altos niveles de natalidad y de mortalidad, a otra, de comparables tasas de crecimiento, basadas en tasas muy reducidas de mortalidad y de natalidad.

En algunos países europeos, como Francia y Reino Unido, este proceso se inicia a principios del siglo IXX y se alarga hasta casi finales del siglo XX. En España ha sido más tardío y más rápido y ocupa casi todo el siglo XX. En el resto de los países del mundo, de menor nivel de desarrollo económico, se inicia en la segunda mitad del siglo XX y algunos se encuentran todavía en la fase de disminución de la mortalidad y fuerte crecimiento poblacional, aunque en la mayoría la fecundidad ha iniciado su descenso. Se trata, por consiguiente, de un fenómeno de alcance universal para el que existe una carencia de explicaciones causales convincentes que corre paralela con el olvido muy generalizado de la reproducción demográfica como fenómeno social, relegada tradicionalmente al ámbito de lo privado. En realidad, lo que parece constituir la esencia de la transición demográfica, la disminución de las tasas de mortalidad y de fecundidad, no es más que la apariencia externa de una profunda transformación de las modalidades sociales de la reproducción, que se encuentra en el origen de las cuestiones que hoy preocupan especialmente, al estar asociadas con el cambio en la situación social de las mujeres.

Un punto de vista muy marcado por la inmediatez atribuye a la disminución de la fecundidad el rasgo fundamental de la transición y hace dudar, por tanto, de su realidad cuando esta disminución no se verifica estrictamente de acuerdo con lo esperado, como ha ocurrido históricamente y ocurre hoy en algunos países que han iniciado muy tardíamente la transición. Se olvida, sin embargo, que la verdadera ruptura con el modelo reproductivo anterior se produce con la caída de la mortalidad, cuya importancia, tal vez porque se considera incuestionable, no siempre se tiene en cuenta en todas sus consecuencias, en especial en lo que atañe a la interrelación entre producción y reproducción. La presunción de autonomía es especialmente fuerte en el caso de la evolución de la mortalidad, pero el hecho histórico es que su disminución ha estado estrechamente ligada al desarrollo de nuevas técnicas productivas y reproductivas que crean o refuerzan el imperativo de lucha contra la muerte. La búsqueda de estabilidad de la mano de obra o la creciente necesidad de invertir en formación de los trabajadores son algunos de los acicates para la extensión de la higiene y la lucha contra las enfermedades. En esta relación reside lo más significativo de la lógica de la socialización del proceso de reproducción.

La caída de la mortalidad rompe la rigidez de un modelo de reproducción poco eficiente, que exigía muchos nacimientos para asegurar un crecimiento mínimo o el simple mantenimiento de la población. La capacidad reproductiva de las mujeres deja progresivamente de ser una pesada carga física para ellas y un bien escaso objeto de rivalidad entre los hombres, probable fuente del sometimiento femenino (Meillassoux 1978), haciendo posible que se replantee su rol social.

Finalmente, el alejamiento de la muerte y la mayor protección frente a la enfermedad crean también una situación irreversible de disponibilidad hedonística que abre un mayor campo a la lógica y a las estrategias individuales frente a los condicionantes sociales.

Si una lectura trivial de la teoría de la transición demográfica puede hacer dudar de su vigencia, lo cierto es que la transformación de la familia y de la situación de las mujeres en su seno está relacionado con el cambio demográfico fundamental que representa la caída de la mortalidad y que ésta, a su vez, abre la ineludible necesidad de un ajuste de los otros parámetros del modelo reproductivo: nivel de fecundidad, estructura por edades y, sobre todo, relaciones sociales y entre géneros que se establecen en torno a la reproducción.

La organización social de la reproducción es un tema poco estudiado por sociólogos o demógrafos. Sólo algunos antropólogos le han dedicado alguna atención (Meillassoux 1978; Robertson 1991). Robertson atribuye este relativo desinterés, en primer lugar, a la atención preponderante prestada a otros procesos, sobre todo a la producción e intercambio de bienes, dotados de un ritmo más rápido, y, en segundo lugar, a que el problema de la reproducción ha sido obsesivamente centrado hasta ahora en la familia como protagonista único.

El desarrollo de las estrategias familiares individuales y de las relaciones internas en la familia debe necesariamente superar este último planteamiento y hacer intervenir el complejo entramado de relaciones en el que se inscribe el proceso reproductivo. Ahora más que nunca, la familia ha dejado de ser un ámbito cerrado, dotado de lógica propia, cuya relación con su entorno puede ser localizada (normativa jurídica, salario “familiar”) y personalizada (el cabeza de familia). La incorporación de las mujeres al mundo del trabajo asalariado tiende a crear un espacio continuo entre la actividad exterior y la actividad doméstica. Muchas investigaciones feministas han mostrado desde hace tiempo (Balbo (1978), Durán (2012)) en el caso de las mujeres, el desarrollo de un alto grado de interrelación entre la esfera del trabajo remunerado y la actividad doméstica, al contrario de lo que sucede en lo que se refiere a los hombres, más acostumbrados a mantener separados los dos mundos. Las relaciones en el seno de las familias de mujeres con empleo remunerado no pueden ser separadas de las que imperan en los lugares de trabajo. No se trata tanto de tener en cuenta o de compatibilizar los distintos roles que las mujeres encarnan, como de aprehender una nueva realidad hecha de pertenencias múltiples y permeables. En casi todos los países desarrollados, y muy especialmente en España, las mujeres muestran ahora una mayor tendencia a mantenerse en el mercado de trabajo, abandonando la estrategia de entradas y salidas sucesivas en función del matrimonio y las maternidades, por una permanencia que les obliga a la integración de dos tareas y exige a la sociedad un replanteamiento del uso del tiempo por hombres y mujeres.

Esta mayor importancia del trabajo extra domestico en la nueva legitimidad social de las mujeres acentúa y reorienta el papel de la situación socioeconómica como determinante, en última instancia, de las relaciones internas, por el posicionamiento que implica hacia la actividad exterior. La opinión general sobre el trabajo de las mujeres casadas y la propia vivencia de las mujeres que trabajan están fundamentalmente determinadas por el tipo de trabajo al que pueden acceder, derivado de su nivel educativo y cultural. En este sentido, cobra especial importancia la distancia cultural y de formación entre el marido y la mujer. La polarización del hogar en torno al marido será tanto más probable, y más aceptada por la mujer, cuanto mayor sea la distancia a favor del cónyuge masculino.  Esto implica que la evolución actual conduce de un modelo basado en una complementariedad impuesta a las mujeres a otro basado en la competición interna; de un modelo de supuesta igualdad en la diferencia (el apartheid doméstico) a un modelo en el que la igualdad sólo es posible mediante la convergencia de los comportamientos y de las situaciones.

La tensión que se produce en el seno de las parejas hacia la igualdad de sus miembros, fomentada por las necesidades de la economía y el acceso masivo a la educación de las mujeres (en mayor proporción que los hombres en España y en muchos otros países) pero frenada por el peso de las tradiciones culturales machistas (más en unos países que en otros), tiene como único límite el específico biológico de las mujeres en el proceso de la reproducción.

Este límite parece todavía lejano. Actualmente, ni siquiera las mujeres de mayor capacitación profesional, que no se cuestionan su inserción laboral, al contrario de las de menor calificación, escapan al dilema de elegir entre una carrera profesional basada en el modelo masculino (el de una persona totalmente liberada de responsabilidades domésticas) y la necesidad de compaginar la responsabilidad de llevar una casa, aunque algunas tareas se compartan con el cónyuge y se cuente con ayuda externa.

La contradicción entre las tareas de reproducción y la nueva realidad social de las mujeres es estructural y no puede resolverse únicamente mediante la transformación de los roles en el seno de la familia y un nuevo reparto de tareas. Porque este último cambio es necesario, podría constituirse en objetivo aparentemente suficiente, cuando también y sobre todo, está en cuestión la asunción del carácter social de las tareas de la reproducción, con independencia del sexo sobre el que recaen.

En los países más desarrollados de Europa, la lógica social (económica) y la lógica individual han coincidido para que se produzca una masiva incorporación de las mujeres al mercado laboral, poniendo de manifiesto la crisis del modelo reproductivo, y ello se traduce por unos niveles de fecundidad muy bajos. Más que sus consecuencias en la dinámica poblacional a corto, medio o largo plazo, que tienden a sobrevalorarse, la baja fecundidad tiene sobre todo valor de síntoma:  manifiesta, con carácter extremo, los efectos de los obstáculos frente al cambio en las formas sociales de la reproducción demográfica.

Que este cambio tiene consecuencias sobre la familia y las relaciones entre sus miembros está fuera de toda duda. La fuerza negociadora de las mujeres, por ejemplo, se ha incrementado con la aceptación por el cónyuge del carácter necesario de su trabajo exterior. Pero aún así, todavía son mayoría los casos en que la estrategia óptima común lleva a privilegiar la inserción laboral del marido, por efecto de la tradición y del propio funcionamiento del mercado de trabajo. Las rigideces, aunque tienden a disminuir, son todavía muy fuertes, aún en los países más desarrollados y avanzados socialmente.

Creo, sin embargo, que, por importantes que sean, estas rigideces no constituyen la esencia del problema. Las estrategias familiares necesitan para desplegarse con eficacia una transformación del espacio social conjunto que constituyen el trabajo doméstico y el trabajo remunerado. Entre las vías por las que pueden discurrir los cambios se encuentra la generalización de modalidades específicas de trabajo femenino, basadas en la consideración de su papel en la reproducción y centradas en el trabajo a tiempo parcial o en el horario flexible, algo muy extendido en algunos países de Europa. Esta vía entraña un grave peligro de regresión para las mujeres, que ha sido ya resaltado y que existirá mientras se mantenga como dominante el modelo de inserción laboral masculino. En el fondo, lo que se cuestiona realmente es la persistencia, como norma de participación en la actividad productiva, de la clara separación entre la casa y el trabajo, tanto para las mujeres como para los hombres. Esta evolución, que vendría a cerrar un ciclo histórico iniciado por el capitalismo con la separación de los ámbitos de la producción y de la reproducción, supondría la verdadera culminación de la transición demográfica. El cuidado, término general en el que caben todas las tareas de reproducción, debe alzarse al mismo nivel que la producción para el mercado (Tobío et al (2010).

Las relaciones internas y la toma de decisiones en el hogar son un reflejo de los roles respectivos de sus miembros y por tanto del grado alcanzado en la progresiva socialización del proceso reproductivo, en la que intervienen, de manera creciente, además de la familia, el mercado y el Estado y en la que este último adquiere un papel preponderante. En la mayoría de los países, son las políticas públicas las que determinan la franja de lo posible. De ahí lo inquietante en este ámbito de la tendencia actual a la reducción del papel del Estado.

Referencias

Balbo, L. (1978). “La doppia presenza”, Inchiesta, 32, VIII, 3-6

Durán, M.A. (2012). El trabajo no remunerado en la economía global. Fundación BBVA, Bilbao.

Meillassoux, C. (1978). Mujeres, graneros y capitales. Madrid, Siglo XXI.

Robertson, A. F. (1991). Beyond the family. The Social Organization of Human Reproduction. Cambridge, Polity Press.

Tobío, C. et al. (2010), El cuidado de las personas. Un reto para el siglo XXI. Colección Estudios Sociales nº 28, Fundación La Caixa, Barcelona.

Por psoech