Si un observador externo, suficientemente distanciado, analizara la forma en la que funciona este Planeta y cómo sus habitantes hemos hecho frente al reto de la actual pandemia sacaría, al menos,…
viernes, 15 de julio de 2021 | https://fundacionsistema.com/
Si un observador externo,
suficientemente distanciado, analizara la forma en la que funciona
este Planeta y cómo sus habitantes hemos hecho
frente al reto de la actual pandemia sacaría, al menos, tres grandes conclusiones.
La primera es que nuestros modelos de organización societaria y económica presentan diferencias
significativas entre sí, que tienen efectos prácticos
en nuestros modos de vida y en nuestro papel –el
de cada uno de nosotros– en las sociedades en las
que vivimos y en la forma de relacionarnos con la
naturaleza. Por eso, una de las dudas que intentaría
despejar es cómo hemos llegado, en unos y otros
lugares, a la situación en la que nos encontramos
y por qué. Y, en relación a esto, es posible que se
preguntara por las causas y razones por las que en
un Planeta que es único e interdependiente no hemos logrado una cierta homogeneidad para dar las
mismas respuestas a retos y problemas que son comunes, como ocurre en el caso de la pandemia. Y
también con el reto del deterioro de los equilibrios
medioambientales.
La segunda conclusión que sacaría es que tenemos un sistema bastante eficiente de acumulación y
distribución de recursos y bienes, que va más allá de
la obtención de los frutos y recursos que nos proporciona en primera instancia la naturaleza como
tal. Lo que le llevaría a dicho observador a evaluar
el papel de la «economía de mercado», como sistema
social global, y al mismo tiempo la función compensadora y equilibradora del Estado y sus intervenciones –por la vía democrática o la autocrática–
para proveer bienes y prestaciones que son humana
y socialmente valiosas, limitando y/o neutralizando
los excesos y defectos del mercado como tal.
El análisis de esos equilibrios, y sus resultados,
es posible que ocupara un cierto tiempo a nuestro
observador, que posiblemente no acabaría de entender las disfuncionalidades y las singularidades –por
llamarlo de alguna manera– de ciertos modelos políticos concretos y sus efectos sociales y personales
a corto y medio plazo.
En cualquier caso, entendería que nuestros modelos societarios operan con patrones diferentes,
que dan lugar a resultados también diferentes,
cuyas causas tardaría en entender, sobre todo en
los casos de aquellos países y territorios donde las
carencias vitales son extremas, hasta el punto que
cientos de millones de habitantes de este Planeta
pasan hambre y grandes carencias, mientras que
otros viven con notable opulencia y una minoría
insignificante de muy pocas personas y familias
–apenas un centenar– acumula tantos bienes y riquezas como la mitad de los habitantes del Planeta.
Lo que llevaría al observador externo a la tercera
conclusión que no sabría cómo explicar suficientemente a nadie en términos de utilidad o razonabilidad para el conjunto del Planeta, ni siquiera para
esas pocas decenas de personas que disfrutan de
tamaños privilegios y riquezas.
La conclusión principal de dicho observador posiblemente sería que tenemos un sistema ingenioso
y eficiente que nos permite generar bastante riqueza
–¿sin límites?– e inventar y disponer de ingenios,
recursos y dispositivos que más tarde o temprano
nos permitirán adentrarnos en el espacio, sin que
nuestros equilibrios entre Mercado y Estado entren
en un colapso terminal. ¿Con qué límites y consecuencias? Eso será algo difícil de evaluar a ese eventual observador externo. Pero tal cosa no nos exime
a nosotros de realizar tal evaluación. Y, evidentemente, el reto de la actual pandemia es una ocasión
especialmente pertinente para acometer dicha tarea
con la profundidad y extensión que requiere.
Los límites del Mercado
Simplificando un poco la situación, podemos decir que la pandemia ha puesto de relieve importantes
virtudes de los modelos de organización societaria
basados en un equilibrio entre Mercado y Estado.
Pero no solo. Es decir, también ha evidenciado la
mayor capacidad de reacción rápida y eficiente de
los países en los que mayor es el sentido de la disciplina colectiva y más potente es el papel del Estado.
Principalmente, China y otros
países asiáticos. Al tiempo, se ha
evidenciado la enorme orfandad
en la que se encuentran los países no desarrollados, así como las
gravísimas asimetrías internas de
aquellos otros en los que la atención sanitaria está condicionada
por las diferentes situaciones de
quienes tienen buenos seguros
médicos privados y quienes no
los tienen.
De acuerdo a la línea central del análisis que
aquí se sigue es importante ser conscientes de que
aquellos que tenemos la suerte de vivir en países
con cierto nivel de renta promedio y con un modelo societario inspirado en los criterios del Estado
de Bienestar –por mucho que se hayan visto sometidos a recortes enflaquecedores en los últimos tiempos–, hemos podido ser atendidos razonablemente
en la pandemia. Al nivel que permiten los avances
y conocimientos científicos de nuestra época. Pero
–ojo– también con los límites que impone la lógica
del mercado.
Es decir, ante el enorme reto de la pandemia se
ha visto, primero, que el mercado no siempre proporciona de inmediato los bienes y recursos que una
sociedad necesita en un momento dado. Algo que
se constató –con cierta angustia– al principio de la
pandemia cuando no se disponía de las mascarillas
necesarias, ni de los respiradores que se precisaban,
ni de las camas hospitalarias demandadas, ni de las
UCIS que tanto urgían y que impidieron salvar vidas. Lo que exigió que el Estado actuara con rapidez para obtener urgentemente, por la vía que fuera
precisa, los recursos y útiles que se necesitaban inmediatamente. Ocasión en la que se puso de manifiesto nítidamente el valor de tener un buen sistema
público de salud y unos profesionales eficientes y dedicados. A los que, por cierto, antes de la pandemia venían dando la espalda de manera recurrente
aquellos que tienen en mente evolucionar hacia un
sistema sanitario crecientemente privatizado.
Curación y prevención
El reto de hacer frente a la pandemia no se limitaba –se limita– únicamente a los aspectos de atención, sino también a los de curación y prevención.
La pandemia de la COVID-19 ha puesto de relieve las virtudes –y la necesidad– del Estado Social y de los criterios de colaboración público-privada para garantizar el cuidado de la población y para hacer frente a los riesgos de contagio con políticas de vacunación universal y gratuita.
Lo que exigía contar con vacunas apropiadas en las cantidades suficientes en el momento necesario. Y este ha sido el reto principal. La disposición de vacunas eficientes –en algunos casos muy innovadoras– ha evidenciado la importancia de potenciar públicamente la investigación, como exigencia básica de un sistema social inteligente. Y su producción ha evidenciado los límites del mercado y la necesidad de potenciar la colaboración público-privada en cuestiones como esta.
Necesidades objetivas y “desviaciones ideológicas”
A pesar de los desfases y las carencias de las
que veníamos en España, puede decirse que la respuesta asistencial al reto de la atención hospitalaria ha sido rápida y eficiente. Lo que no nos exime
de entender que urgen inversiones inmediatas en
instalaciones y recursos humanos, entre otras razones para atender debidamente a todos los que
han quedado –y van a quedar– afectados por las
consecuencias de la COVID-19.
Amén de esta necesidad urgente, el principal
cuello de botella del mercado, ante las necesidades
de hacer frente a la pandemia, ha sido la producción
del suficiente número de vacunas como se necesitan
para frenar la pandemia. Lo cual implica entender la
vacunación como una necesidad urgente de toda la
población. No solo de los que vivimos en los países más ricos. Y esta es una demanda que el mercado tampoco va a resolver por sí solo.
De momento, en los países más desarrollados, el mercado va proporcionando dosis de vacunas a un ritmo creciente, pero insuficiente, como los hechos evidencian. Es verdad que el ritmo es importante, y el esfuerzo organizativo y de comunicación puede considerarse espectacular. Pero, lo cierto es que en países como España, cuando esto se escribe seis meses después del comienzo de la vacunación solo se había podido disponer de vacunas completas para dieciseis millones de personas –lo que no es poco–, y algo más de un tercio de la población. Lo que exige plantear posibilidades adicionales de colaboración público-privada para planificar y garantizar un suministro de los millones de vacunas que se precisan –en el Planeta– para inmunizar a todos en lapsos de tiempo más cortos. Sobre todo, pensando también en las necesidades de revacunación en pocos meses.
El esfuerzo, sin duda, es ingente. Pero imprescindible. Y ahí es donde opera el papel del Estado. Algo que va a teñir las actitudes y las valoraciones políticas de la población en los próximos meses y años. Y lo va a hacer más allá de ciertas disputas agriadas por otras cuestiones que ahora no son –objetivamente– ni tan prioritarias ni tan urgentes. Disputas que muchos teóricos sociales clásicos no dudarían en calificar como típicas “desviaciones ideológicas”. Interesadas, por supuesto.
De hecho, si nos atenemos a los datos empíricos hasta ahora disponibles, ya se pueden constatar reacciones inmediatas de la población ante las exigencias latentes y expresas que suscita la nueva situación y que, muy posiblemente, van a afectar de manera importante a la redefinición de nuestras demandas y prioridades sociales y políticas.
En este sentido, los datos de las encuestas del CIS realizadas desde el inicio de la pandemia revelan que los ciudadanos están conformando –y expresando– una nueva forma de entender las funciones del Estado, poniendo mayor énfasis en su papel amparador, protector y curador, como expliqué en un artículo reciente publicado en estas mismas páginas (El Estado amparador. Nuevas demandas ciudadanas sobre atención y políticas públicas, TEMAS Nº 318, junio 2021).
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