Esta semana pregunté a las musas sobre qué sería bueno escribir. La sequía, la sequía más la bronca respecto a Doñana podía ser. Lo sería la polémica abierta con la vivienda, es un tema muy candente y electoral, que arrastra la sociedad española desde los años cuarenta. …
Esta semana pregunté a las musas sobre qué sería bueno escribir. La sequía, la sequía más la bronca respecto a Doñana podía ser. Lo sería la polémica abierta con la vivienda, es un tema muy candente y electoral, que arrastra la sociedad española desde los años cuarenta. Desde “Surcos” y “El Pisito” hasta la fecha. La compraventa de sedes de investigación por científicos españoles, como una patética muestra del estado de la inversión en conocimiento científico, es tal vez, sí y solo sí, lo más relevante de la última semana. Todas ellas son historias de ayer, hoy y (por desgracia) de mañana, de la cepa hispana.
Pero hoy las musas han pasado de mí, ¡Andarán de vacaciones!
Miré por la ventana y vi a todos pendientes de un viejo dentro de un lujoso coche que se rascaba la cabeza. Me recordó a Santiago, el Viejo, esperando que la Corriente del Golfo le dejara salir a navegar con la Habana al fondo. Historias muy diferentes. A este, muchos le animaban, incluso le vitoreaban, en su decrepitud. Lo hacían, porque es costumbre. No es admiración, tampoco agradecimiento, estaban porque estaban otros y gritaban emulando al de al lado. Los de las fotos y los flashes no eran, aquí, yanquis turistas, eran periodistas que preguntaban y preguntaban sabedores de que no serán respondidos. Tampoco esperan comprobar el verdadero tamaño del enorme marlín que pueda pescar. Este Viejo ya no pesca, ni caza, pues sus cinegéticas costumbres le han traído más de un serio disgusto.
A pesar de tanta corte y boato, de tanto espectáculo de feria de vanidades lo que le sigue faltando a esta historia del Viejo y el Mar es un Manolín, o manolines, que le digan al viejo hombre las verdades del barquero de Talaván. Estas son:
“Pan duro, mejor duro que ninguno”.
La racionalidad democrática que rige el principio de legitimidad deviene del pueblo no de la Corona. Por mucho que una persona, monarca o siervo de la gleba haya hecho por el bien común, lo hizo porque correspondía, era su obligación. Aquel que asume una responsabilidad pública se debe a los ciudadanos. Tiene que considerar con carácter previo si va a ser una carga demasiado pesada, lo más, posteriormente, renunciar cuando te entregan el casco, las botas y la manguera y si ves que no vas a poder con ello puedes dimitir, si eres civil, o abdicar, lo que toque. Eduardo VIII del Reino Unido es un caso. Lo que no es de recibo, a mitad de la escalera, mientras uno sube a apagar el fuego, proclamar que ha llegado el momento de realizarse personalmente.
Dinástico o electivo es indiferente, la Jefatura del Estado es un mandato representativo, exige cumplir con las obligaciones y por ende también cumplir una función ejemplarizante para la colectividad. Las jefaturas monárquicas tienen muchas ventajas, con respecto a lo electivo, la principal la de no someterse periódicamente a procesos de refrendo o exclusión. Pero también tiene su contra, que la responsabilidad sólo se extingue con la propia vida, no hay un momento de paso a la civilidad. Ello supone que el respeto institucional es mucho más intenso y prioritario a la vida misma. Es duro, sin duda, tener que decirle a tu padre que su vida tiene que desarrollarse de una manera y no de otra, y que hay cosas que se acabaron. Ahora bien, cuántos han tenido que decirle, a su pesar, al padre que no podía seguir conduciendo, que por edad se ha convertido en un peligro para él y sobre todo para todos los demás.
La continuidad de la monarquía en España va a depender de su capacidad de proyectar una ejemplaridad pública superior a la política, ante cualquier circunstancia. Alfonso XIII fue un caso paradigmático de falta de ejemplaridad, que sin duda tuvo su piedra de toque traicionando el régimen de la Restauración, con los muchos defectos que esta tenía, para dar paso a la Dictadura Militar de Primo de Rivera.
La monarquía no puede terminar siendo una proyección de privilegios, de imágenes decrépitas de un anciano subiendo a un barco para “entrenar para el campeonato”, con centenares de periodistas esperando que baje o no la ventanilla para decir una gracieta; a algunos les parece ocurrente. Que sea sabido que hay abierto un cepillo para donativos de grandes empresarios y fortunas para que mantenga su nivel de vida, es, todo, muy lamentable democráticamente y se hace un flaco favor, no ya a la monarquía, sino al propio régimen constitucional.
Si la monarquía española busca su continuidad, bueno sería que hiciera regresar al ex Rey de España. El espectáculo final sería que el deceso, lógico que la edad marca, se produjera allende los mares o en los mares. Vivir con normalidad también es posible para los reyes.
El zapato malo, malo, es mejor en el pie que no en la mano.
En estos momentos estamos en un proceso de transición de todo y muchos son los avisos de que la democracia tiene cada vez, por múltiples factores, riesgos crecientes. Sobra introducir uno más abriendo un proceso de cambio de modelo en la representación en la Jefatura del Estado. Por ello, es más aconsejable caminar por sendas seguras que no abran más brechas institucionales que muchos estarían dispuestos a profundizar en ellas con razón o sin ella.
La última verdad es que la solución de este patetismo institucional tiene diferentes responsables. Uno principal, el actual monarca y jefe de la Casa Real y otros los líderes políticos, el Presidente del Gobierno y el Jefe de la Oposición, básicamente. A ellos, les corresponde que terminemos con el espectáculo presente y futuro y hagan las cosas como deben de hacerse. Esa responsabilidad tampoco ellos la pueden eludir.