La opinión pública ya no busca la verdad, tal vez porque los ciudadanos no la quieren, sólo confirmar la que ellos han adoptado como tal
El populismo, el autoritarismo y las visiones totalitarias y fundamentalistas, tanto de derechas como de izquierdas, comparten el uso de la propaganda y del sico-lenguaje, como elementos comunes, para adoctrinar y erosionar “la verdad” y moralidad que se les oponga.
La extensión del populismo, denominémoslo también así, en los sistemas democráticos convencionales, tiene en terreno abonado en el universo de la desinformación. Por otra parte, su crecimiento no es una tarea excesivamente complicada en las sociedades actuales penetradas por el individualismo vital de lo inmediato. Nos hemos residenciado en la era del vacío, la vacuidad y la liquidez del pensamiento pronosticadas, en su día, por Lipovetsky y Bauman. Así es muy fácil ”convertir” lo falso en cierto y sobre todo llegar a alcanzar el propósito final de quien en ello pone su empeño, que es manipular criterios y voluntades a conveniencia.
Hoy el umbral de éxito personal se mide, entre la masa a la que se adula y desprecia a la vez, en los “likes” en una red social. No existe la controversia, la contradicción; sólo adhesión o rechazo. No es un perfil de sociedad determinado la que se han rendido a este sistema de transmisión de (des) información, es un fenómeno generalizado. Nos ha invadido complaciendo su rapidez e inmediatez. Es usado indiscriminadamente por políticos, desde los presidentes de los gobiernos hasta el último concejal, que creen que así hacen llegar a sus electores pensamientos y sentimientos de lo que está pasando. Los periodistas tienen en esta fórmula, sin perjuicio del medio en el que trabajen, la manera de llevar su opinión a más gente. Tanto políticos como periodistas tienen en este tecnológico método, sin duda, una forma rápida y sencilla de influir pues, al igual que en el pasado, eso es lo que pretenden.
Así, la política ligera camina paralela a la progresiva pérdida de la influencia de los grandes medios de información, pasando estos a ser irrelevantes. Es entendible. Leer un artículo de 1200 palabras requiere un cierto sosiego para que nuestro sistema neuronal internalice lo que leemos. Leer un periódico, sea en soporte papel o digital, exige también de un cierto método. Hoy el tradicional periódico es sustituido por falsos digitales de autoría desconocida, en los cuales lo importante no son los hechos, menos su veracidad, tan sólo el morbo de lo que se cuenta. Aunque parezca duro, hemos asumido y resignado colectivamente que “la verdad ha muerto”.
Da escalofrío recordar cuando nos enseñaban aquello de que sólo buscando la verdad podemos encontrar la libertad. Rebajamos el supremo valor de ser libres para tomar parte en guerras de trincheras por un relato que no llega a ningún sitio y que nos ocupa mucho tiempo.
El debate público es lo que hace que los ciudadanos asuman su compromiso como tales y propicia la toma de conciencia de pertenecer a un determinado sistema de convivencia. Es consustancial a la democracia. Ahora bien, el debate se ha diluido convirtiéndose en un continuo intercambio de etiquetas, mensajes simplistas y sin más sentido que marcar al contrario, a veces, con calificativos trasnochados. En definitiva, hemos llegado a un punto, donde la opinión pública ya no busca la verdad, tal vez porque los ciudadanos no la quieren, sólo confirmar la que ellos han adoptado como tal. Nos guste o no, la política, la sociedad, el mundo que transitamos, nosotros mismos, todo se está viendo condicionado por el uso masivo e indiscriminado de vías y redes de comunicación social que afloran.
Como consecuencia, la democracia y las libertades públicas y con ello el sentido de lo comunitario, están mutando. Lo peor no sabemos hacia dónde y de la mano de quién. No estamos ante nada nuevo. En este momento el debate político se encuentra inmerso en la denominada “batalla” o “guerra cultural”. Estas, cada vez, ocupan un mayor espacio poniendo de forma recurrente a todos los ciudadanos que existe una irreconciliable y excluyente confrontación de “ideas” que se extiende por todos los territorios, no sólo en la política, la cultura, la economía, la educación, la familia … la pretensión de dominar “los valores”, las creencias de los individuos. Insistimos en lo de irreconciliable y excluyente, pues es el nudo gordiano. En primera instancia, se pretende condicionar las actitudes electorales. No se puede votar a quienes quieren acabar con la familia o a aquellos que quieren reprimir a los trans, cuando es obvio que ni una cosa ni la otra son ciertas, pero eso da lo mismo. Al fin y a la postre el objetivo es crear el temor en el individuo de que está siendo atacado por indeseables. No solo se busca el voto, sino que asuman como propio “el credo auténtico”, un voto es demasiado poco. Es crear en los individuos una identidad que se comporta como una anti identidad hacia lo existente.
Las personas suelen estar demasiado ocupadas en sus cosas para hacer grandes reflexiones sobre lo que pasa, por ello basta con focalizar un hecho y que de ahí surja una cadena desordenada de estereotipos que sirvan como eslóganes en defensa de una vieja identidad esencial y existencial amenazada. Un mensaje de Macron dando explicaciones en las redes sociales sobre sus razones para la reforma de las pensiones puede no alcanzar más de 4000 “me gustan”. Ni comparado con los que suscitan las convocatorias para las concentraciones y algaradas en las calles de París. Si a continuación alguien indica que la policía ha maltratado a un manifestante dejándolo mal herido, nadie comprobará si es cierto o no, eso si el incremento de la violencia en las calles es un suceso seguro. Ahora bien, no se esfuerce, nadie creerá al presidente francés sobre los argumentos racionales para mantener el sistema de pensiones.
La información “errónea”, capciosa o directamente falsa es el único fundamento que sostienen ese confuso universo de pseudo ideas que hacen reaccionar a una población “mal informada” y mucho más, lamentable mal formada políticamente.
Lavrenty Beria, la mano derecha de Stalin en eso de la represión política y el espionaje, en su discurso a los estudiantes americanos en la Universidad Lenin en los años treinta del pasado siglo, les decía: Mediante la Psicopolítica nuestros objetivos principales son llevados eficazmente hacia adelante. Producir un máximo de caos en la cultura del enemigo es nuestro primer paso más importante. Nuestros frutos son cultivados en el caos, la desconfianza, la depresión económica y la agitación científica. Al final un pueblo harto puede buscar paz solamente en nuestro Estado Comunista ofrecido, al final solamente el Comunismo puede resolver los problemas de las masas1. Kenneth Goff, dirigente comunista estadounidense y posteriormente fervoroso anticomunista dio a conocer un manual completo de psicopolítica para influir en la sociedad americana, elaborado en la Unión Soviética, durante la Guerra Fría. Actualmente, el filósofo y estudioso de la realidad social Byung-Chul Han, ha puesto de manifiesto cómo el ultraliberalismo utiliza las mismas técnicas para influir en las sociedades occidentales. La confrontación cultural, la sacralización de las redes sociales sobre todo por los propios responsables públicos y el abandono de la pedagogía pública y de los sistemas tradicionales de información y comunicación están constituyendo un verdadero problema para la democracia, de difícil solución.
Todos nos creemos con capacidad de influir en la sociedad y de llevar el agua a nuestro molino, sin valorar que el molino más preciado es el que compartimos todos y que aquellos que utilizan los sistemas de desinformación para que el mensaje llegue, ni son aficionados, ni lo hacen sin intención.