Aquella mañana el chaval salió escopetado, tras aporrear la puerta de la casa. Contento, con su dinero fresco en la mano. Sabía que la recompensa estaba a la vuelta de la esquina, aguardando,
Por Elena Calabrese

Aquella mañana el chaval salió escopetado, tras aporrear la puerta de la casa. Contento, con su dinero fresco en la mano. Sabía que la recompensa estaba a la vuelta de la esquina, aguardando, llena de colores y transparencias propias del azúcar elaborado de infinitas y endiabladas formas, para tentar a los incautos estómagos, a través de los ojos de los que todavía piensan que la magia puede convertirse en un gran caramelo lleno de otros caramelos más pequeños en su interior, esperando a ser rescatados como Jonás de la barriga de la Ballena.

El chaval no sabía que esa mañana la mujer azul, gris y azul, del puesto de golosinas, no iba a poder venir porque aquella mañana ella dejaba de existir…. Se tornaba en un cadáver inconsciente abrazada a su almohada, un cadáver viviente, gris y azul como tu cabello albo y su tez aterciopelada de dama vieja.

Esa mañana se abría el recuerdo del infierno para ella, un infierno eterno sin opción a purgatorio y arrepentimiento, sin redención y sin esperanza.

Esa mañana, como todas las de navidad, la mujer se empapaba en alcohol para olvidar, pero solo conseguía ahondar más en el ritual de los recuerdos. En ese estado la mente puede jugar malas pasadas e invocar a los fantasmas de la memoria.

Por la época de las grandes manifestaciones en Madrid, aquellas en las que la gente solía desahogar sus pesares con gritos de contienda sostenida, la mujer otoñal no era gris y baldía. Sus mejillas como melocotones, sonreían al mundo sin ningún recato. Sus ojos brillaban y sus dientes no eran fieros ni sucios.

Aprovechando las fiestas de navidad, mucha gente hacia acopio de provisiones, con lo que se beneficiaba todo el barrio, un barrio querido, con historia y tradiciones, que había visto nacer y morir varias revoluciones en un mismo día.

La mujer había encargado el cordero pascual, propio de las fiestas de su pueblo, lo que se comía en su casa en la Nochebuena desde tiempos inmemoriales… con esa tradición cumplía su propósito de unir a la familia cada año y cada año se entregaba en enérgica pasión a la decoración navideña de la casa, la puerta de la casa, las tarjetas de felicitación que siempre llegaban tarde…

Nada la detuvo.. Ese día el cordero iba a tardar mucho en cocinarse porque había mas cantidad que otros años en el horno: mucho que celebrar y mucho que olvidar. La familia ahora fuera de Madrid, exiliada por problemas económicos, ese año estaría con ella y por lo tanto era menester romper la hucha y no escatimar en gastos. ¡Dios sabe cuándo podremos estar juntos otra vez!!

Su cocina era de gas. Un gas urbano sucio maloliente y maldito pero esa mañana aquel éter le pareció la mismísima gloria. El olor del cordero entregado a la tarea del fuego, que estaba esculpiendo en sus carnes una verdadera obra de arte culinaria…

Faltaba su marido, que trabajaba de noche en las imprentas y rotativas del diario de mayor tirada en la ciudad y porque no, en el país entero.

Al llegar a casa, aquel pobre hombre, muy pobre, se sintió rescatado de sus fríos y dolorosos pensamientos por la arrebatadora sonrisa de su compañera. Un ángel del cielo le pareció a él, que ya tenía el corazón enterrado en tinta y papel desde hacía mucho años que le faltaba el sol a su vida y le faltaban las mañanas de paz junto al café con churros humeantes y los comentarios de tercera regional que adornaban los desayunos del lunes y a veces también los del martes..Hacía mucho, mucho tiempo que no dormía con todo el sueño y que se entregaba a la levitación y a la ausencia de sí mismo, perseguido por su sombra durante las horas que lograba mantenerse despierto a base de café aguachinado y sin azúcar y sin leche.

Su ángel, como él la conocía, le invito a compartir unos minutos en el baño con ella, a intercambiar algunas risas cómplices y algunos deseos para la noche, para que todo saliera bien. Recibidos los mandados, el marido, se dispuso a asearse con liviana parsimonia pero en un ritual rítmico y mecánico.. con la mirada perdida se puso el pijama para poder dormir un poco antes de la cena.. Hacia un frio polar en aquella habitación de tercera categoría, que había sido testigo de tantas escenas de ternura, sueños imposibles, sollozos ahogados e ilusiones compartidas….

Encendió aquella estufa «catalítica», ese trocito de infierno que al mismísimo Dante le hubiese parecido el paraíso terrenal, porque esa pequeña resistencia vibrando en la oscuridad del cuartucho, lograba diluir los témpanos de hielo albergados en las entrañas de aquel hombre que sabía mucho, mucho de pobreza y frio y que aquella mañana, la sonrisa de su esposa hizo que entrase el sol en su alma despellejada por ese invierno que tenia mas de castigo que de navidad.

Y se durmió… se entrego al sueño reparador abrazado a la estela de calor de su «catalítica», con la certeza de que definitivamente mañana todo iba a ser mejor.

La mujer aprovecho esas horas en las que se tenía por liberada, para organizar la noche: plancho, lavo, coloco, seco, cocino, decoro y se rindió a la evidencia de su agotamiento hundiendo su cuerpo por unos momentos en el sofá de orejas del salón, sitio preferido de su adorado esposo y compañero de vida.

Los minutos de letargo se convirtieron unas dos horas de siesta bien aprovechada, de cuyos brazos le despertó el teléfono, con vibrante ruido, hasta casi matarla del sobresalto. Eran los de la familia, los primeros en llegar esa noche, preguntando si llevaban pan o turrón o algo que faltase. «Nada, no traigáis nada» contesto la mujer ahora melocotón, » aquí hay de todo»

Y con esta sentencia colgó para ponerse manos a la obra y rematar lo que su siesta había interrumpido, pero esta vez se sentía mas nerviosa y acelerada. «Tal vez no me de tiempo.. ¡Qué tonta he sido por dormirme! «

Consiguió llegar al final de su propósito con todos los preparativos perfectamente alineados: la decoración, el cordero, la ensalada, el champan, los dulces de navidad….

«¡Me visto ya que están al venir!»

Parecía una reina en su castillo de arena. Lucia en todo su esplendor como un adorno más de su galería navideña.. estaba feliz, ¡Por fin todos juntos! Después de tantos años….

Faltaba algo… ah sí, el marido. Y se fue a despertarle. Abrió la puerta de la habitación, solo un poco para darse el gusto de observar a su niño hombre dormitar entre las mantas en total entrega, en absoluto agotamiento.. y aunque al principio lo ignoró, le pareció ver una nube gris de aire espeso que lo abrazaba a él, a su vez…

Se acerco a la cama y el olor cada vez era más fuerte, más peligroso, mas trágico y presagiaba lo que ella tardo decimas de segundo en comprender… aquella estufa, que tantas noches velo aquellos sueños compartidos, aquellos anhelos de juventud y madurez, de repente, se había transformado en un verdugo cruel, capaz de arrastrar a la mujer ahora gris muy profundo, hasta la más absoluta desesperación….

Aquella noche se volvió oscura y sombría.. se cerró el sol de su sonrisa para siempre, y su alma descendió a los avernos más terribles, sin consuelo y sin guía.. sin saber siquiera si seguía viva o muerta..

Él se llevo su corazón para siempre y por eso las mañanas de navidad nieva en todos los sitios de la ciudad menos en su ventana.. para ella solo hay barro negro y sangre, carbón y sal.

Aquel chaval, después de conocer esta historia de la mujer por boca de la portera de la finca, no tuvo más remedio que subir las escaleras de la casa, golpear la puerta con insistencia hasta que le abrieron desde dentro,  alguien le abrió porque pudo pasar pero se encontró con la estancia vacía… en la esquina , lejos del calor, estaba al mujer con mirada perdida y la boca entreabierta, tiritando de frio.

Aquel chaval esa mañana, después de ver a la mujer en su agonía eterna, no tuvo más remedio que arroparla, tenderla en la cama matrimonial, inmensa de pena para ella, y compartir sus golosinas que ella le había vendido el día anterior con la mejor de sus sonrisas..

Elena Calabrese 9 diciembre 2021

Por psoech