Sucedio en [14/03/1982 artículo del El Pais]

Sucedio en [14/03/1982 artículo del El Pais]

Por JORGE MARTINEZ REVERTE

Miles de niños españoles padecen trastornos psiquiátricos graves. Son niños que, por dejadez de la Administración, se ven abocados a la marginación, la delincuencia e incluso al suicidio. No es el tópico del niño suburbial que aprende a ser delincuente en el barrio, sino la situación de muchos hijos de familias medias que no son atendidos de manera adecuada. José María G. A. acude a la consulta acompañado por una pariente cercana y la asistente social. Es delgado, algo corto de estatura para su edad, y de él sólo destaca la viveza de unos ojos oscuros que escrutan todo lo que se mueve a su alrededor.


José María ya no pinta nada en el gran hospital de la Seguridad Social al que le llevaron después de que intentara suicidarse por tercera vez en pocos meses. En el gran hospital ya no pueden hacer nada por él, no tienen los medios adecuados para tratar a un niño al que se le han curado todos sus problemas orgánicos. Tendría incluso que haber abandonado antes la clínica, pero al enterarse de sutraslado se tomó un frasco entero de un medicamento tóxico y hubo que proceder a un nuevo lavado de estómago.

El psiquiatra dice que son imprescindibles dos cosas para abordar el
tratamiento: no puede volver a su casa y debe acudir a un par de sesiones semanales de terapia. El doctor se ocupa de gestionar con grandes dificultades una plaza de internado en el colegio de San Fernando. El curso escolar está a la mitad, y es difícil conseguir la admisión. En casa de su madre le esperarían nuevos intentos de sulcidio. Su hermano mayor está internado en el Psiquiátrico
que lleva el nombre del general Alonso Vega, porque también ha intentado el suicidio. Antes estuvo su madre, diagnosticada como psicótica. Su hermano de diez años tiene una temprana Inclinación a aspirar los aromas del pegamento.
El padre murió hace años.

Sin pelos en la lengua

El crío está de mal humor. En el hospital se encontraba a gusto, rodeado de afecto y alejado de sus problemas cotidianos. Cuando el doctor le dice que intentará enviarle al colegio, responde con un lacónico «vete a tomar por el culo». No tiene pelos en la lengua a la hora de expresar su repulsa, como tampoco tiene reparos para aceptar delante del médico la veracidad de los datos
que avalan una ejemplar biografía: ha practicado tirones, ha asaltado cabinastelefónicas y ha probado casi todas las drogas que se puede obtener en el mercado libre de Vallecas.

-Quita, que sólo quieres llamar la atención -le dice la asistenta social, con tono cariñoso, al sorprenderle.

El psiquiatra explica después con más pormenores esta apreciación:

-Que lo haga por llamar la atención no resta importancia al hecho. En una de éstas lo consigue. Si no se logra algún avance, José María tiene dos posibilidades: suicidarse o convertirse en un delincuente.

Y cita, para evitar cualquier suspicacia, unos contundentes datos elaborados por el doctor Carlos Cobo, jefe de la sección de Psiquiatría Infantil de la clínica La Paz. Sólo en tres años y medio se recibieron 31 intentos de suicidio de menores de quince años en un hospital de Madrid. De esos 31 casos, 28 correspondían al sexo femenino. Doce niños menores de quince años conseguirían sus propósitos
en 1978.

El psiquiatra rechaza las brillantes teorías que corren por las tertulias de café:


-Hay más suicidios en el campo que en la ciudad. Y por métodos muy crueles.

Sobre todo, por ahorcamiento. En las ciudades se suele recurrir a la ingestión de medicamentos, método menos doloroso y muy asequible, dada la enorme cantidad de fármacos que acumulan las familias españolas.

José María puede reventar por sí solo las estadísticas de actos suicidarlos. Una semana después de su visita comenzará la terapia en un centro en el que un escaso número de psiquiatras y psicólogos han de hacer frente a una masiva presencia infantil, en un acto que tiene más de voluntarista que de asistencia planificada.

Los padres juzgan El jefe de la sección de Psiquiatría Infantil del Hospital del Niño Jesús, el doctor José Luis Pedreira, no muestra un panorama muy halagüeño:

-No tenemos medios. El sistema sanitario español no se toma en serio la psiquiatría en general, desprecia la psiquiatría infantil e ignora absolutamente los problemas psiquiátricos de los adolescentes. La ley prohíbe en España el internamiento en centros psiquiátricos de los menores de diez y ocho años. Hasta los catorce hay una asistencia que depende de lo que decidan los padres, y entre los catorce y los dieciocho no existe nada.

La conclusión es evidente: José María va al psiquiatra porque está enfermo, pero José María puede dejar de acudir el mismo día en que su madre decida que ya no tiene por qué ir. El médico no tiene voto en esta cuestión. El doctor Pedreira lo expresa muy gráficamente:

-Si un crío está alterado, se produce una demanda familiar, con la esperanza de que se pueda solucionar el tema. Pero como la psiquiatría está en España adscrita a servicios pediátricos, se practica en servicios consultores, sin espacio físico ni medios de personal. Entonces llegamos a diagnósticos muy brillantes, pero rara vez podemos poner un tratamiento adecuado. Es como si alguien va a
un médico y éste le diagnostica una infección urinaria y le dice: «Tiene usted una infección, váyase a casa».

Enfermedad social No son mejores las perspectivas de Ana F., también de doce años de edad, aunque muy desarrollada físicamente. Ana comenzó a ir a la consulta porque su madre se preocupó. La niña fumaba demasiado y registraba numerosas faltas en el colegio.

Ana no piensa que la molestia tenga sentido: «Estoy aquí porque me han traído mis padres». No suele hablar mucho más. Adopta una actitud displicente ante el tratamiento y suele escuchar al médico con escasa atención. Las manos en el bolsillo de la cazadora corta y el cuerpo apoyado en la pared con desgana.

Su padre no le da importancia a lo que ocurre. Hay veces que la niña llega a casa a las doce de la noche. Hay veces que Ana no va a dormir a casa. Hay muchas veces que falta al colegio y presenta como excusa, que no le importa si alguien se la cree, el haber estado en la consulta del psiquiatra.

La madre se muestra asustada y acusadora a la vez: «Va con chicos mucho mayores que ella». Y la niña responde, despectiva:

-Me gustan y no son malos.
-Pero es que la tocan. La tocan las tetas y ella se deja.
-Me gusta.

Son chicos de veinte o más años. Algunos de ellos han sido arrestados en alguna ocasión por delitos menores, como asalto de cabinas telefónicas o hurtos. Ana insiste en que no son malos sus amigos. La madre, de forma progresiva, se asusta más y más. La premia o la castiga de forma desproporcionada y encuentra una respuesta dura y cortante: «Si no me dejas salir cuando quiera,
me marcho de casa y no me vuelves a ver».

Los médicos alcanzan a comprender el problema. Como dice con ironía una y otra vez el doctor Pedreira: llegan a un diagnóstico brillante. Detrás de la actitud de Ana hay un problema de rivalidad con su hermana menor, una niña modelo. La madre se dio cuenta desde que nació la segunda hija y se volcó en la mayor de forma excesiva. El padre, un trabajador que se ve obligado a un horario nocturno, no atiende las necesidades familiares y opta por la solución de quitarle importancia a lo que sucede en casa.

-Ana necesita un tratamiento que consiste en una asistencia psicológica urgente, una asistencia que no sea represiva, aunque con límites claros. Necesita que prosiga su enseñanza, que no se la desconecte del medio y que se la integre en la familia. Aquí no podemos darle un tratamiento como el descrito.

La delincuencia, una salida
Una vez más, las perspectivas no pueden ser más desoladoras. El médico opina que la delincuencia es una salida más que probable.
La madre de Ana ha llegado a la conclusión de que su hija se droga. Un día la arrincona, y la niña acaba por confesar que ha tenido «la droga en las manos». Nada más.

Pocos días después, recién finalizada una sesión de terapia, la niña aparenta pasar más que nunca. Pero esta vez le tiemblan las manos y tiene las pupilas contraídas. Dice que quiere ir el baño. Tarda en volver, la madre se escama y decide entrar tras ella Ahora Ana está tranquila, y la madre, alterada. Se han invertido los papeles. En el baño, todo indica que la niña se ha administrado una dosis, aunque la jeringuilla se haya perdido por el sumidero. El doctor no puede investigar más. La sesión ha terminado por ese día. Ana volverá hasta que su madre se canse de acompañarla a la consulta.

-Es una muestra perfecta de cómo una enfermedad puede desembocar en una enfermedad social -concluye el médico.

Psicoterapia familiar En el caso de Ángel B., las exigencias se rían aún mayores. En el informe clínico se señala como imprescindible para su curación la celebración de sesiones de «psicoterapia familiar si sistemática».

Sólo que Ángel tiene la mala fortuna d residir en una provincia del Sur en la que no existe ningún servicio de psiquiatría infantil Su caso puede ser todavía más desesperado.

Ángel tiene diez años y presenta graves alteraciones de conducta. Es agresivo, especialmente con su padre, un hombre que presume de haberse hecho a sí mismo frente a todas las dificultades y que tuvo el generoso gesto de «regalarle» el niño a su mujer, estéril, moviendo sus buenas influencias en la Administración.

Ángel es hijo verdadero de una madre soltera de procedencia latinoamericana y tiene evidentes rasgos que delatan una mezcla racial mestiza de negro y blanco. A Ángel le llamaban el Negro en el colegio, y él comenzó a preguntar que por qué no era igual que los demás niños. Su madre adoptiva decidió darle una explicación que no le hiriera, y le fabricó una historia a la medida: ella y la madre auténtica de Ángel coincidieron en la misma habitación de clínica maternal, pero a la madre adoptiva se le murió el hijo, recién nacido. La verdadera madre de Ángel, al verla tan triste, le regaló el suyo para que no sufriera.

A partir de ese momento todo empeoró en Ángel, rodeado además por una madre sobreprotectora y un padre adoptivo autoritario y despectivo. Ángel comenzó a pasar a lo que los psiquiatras llaman el acting.

Seis pesetas

Si en otros casos es más que problemática la preparación y el desarrollo de una terapéutica adecuada, en el caso de Ángel se llega casi a la desesperación. Ángel tuvo la mala suerte de residir en una provincia alejada de las misérrimas instalaciones que existen en otras capitales.

-Y lo peor -continúa el doctor Pedreira- es que la asistencia psiquiátrica no tiene por qué ser cara. Hemos hecho estudios que lo demuestran de manera palpable. Una cama de hospital les cuesta a los contribuyentes entre las 12.000 y las 18.000 pesetas diarias, casi como un hotel para millonarios mexicanos. En nuestro servicio, como en otros servicios psiquiátricos, el coste por día y enfermo ronda las seis pesetas, porque no se precisan camas de hospitalización,
no se utilizan medicamentos ni instalaciones sofisticadas. Sólo hacen falta locales y una dotación de personal suficiente. Suena exagerado, pero es así: por cada día que un niño ha de ser hospitalizado a cuenta de un problema psiquiátrico, se podrían financiar 2.000 sesiones de terapia. La rentabilidad de la asistencia sanitaria en España se sigue midiendo por el número de pacientes nuevos que se tratan cada día. Y la psiquiatría es lenta. Así no vamos a ninguna parte.

Salidas privadas
Rafael D. se puede considerar afortunado. Su padre, un profesional acomodado, le costeó un tratamiento privado que dejó las finanzas de la familia prácticamente exhaustas. Partidario de la medicina pública, consideró que la asistencia que le proporcionaban a su hijo no era la idónea: «No creo que sean mejores los médicos privados, pero llegó un momento en que tuve que decidirme por una cosa o por otra. Y puse a mi hijo en manos de un psiquiatra con consulta privada».
Rafael se fugó de casa a los catorce años. No volvieron a saber de él hasta cuatro meses después. Apareció en la clínica de la Seguridad Social de San Sebastián, en estado crítico, con hemorragias esofágicas y una infección generalizada.

Poco a poco se pudo reconstruir la historia. Le habían llevado hasta la clínica sus compañeros de movida. Vivió durante algún tiempo desplazándose de una ciudad a otra, sin realizar ninguna actividad en particular, acompañado por un grupo de chicos y chicas de edades similares, durmiendo al raso en las plazas públicas o en las carreteras. En esos meses probó todo tipo de drogas duras y blandas. Cuando le recogieron tenía los brazos agujereados por un buen número
de picotazos, y combinaba el alcohol con las anfetaminas. Cuando las drogas de mejor calidad se les hacían más difíciles de conseguir, optaban por inyectarse una mezcla de agua potable con anfetaminas reducidas a polvo.

Desde meses antes de escaparse de casa, Rafael había ido perdiendo todo interés en los estudios. No hablaba en casa y se mantenía ajeno a lo que le rodeaba. La terapia, además de cara, fue larga. Y finalizó con su desplazamiento a una granja en Salamanca, donde comenzó a trabajar en faenas del campo. Rafael acabó marginado de su medio natural y, desde entonces, se acerca a Madrid exclusivamente a vender patés de elaboración casera que fabrica en la granja.

-Al menos no ha seguido por donde iba. Si no se le coge a tiempo y se le aplica un tratamiento adecuado, mi hijo estaría ahora muerto o sería un delincuente. Se que he optado por una solución privilegiada, la del tratamiento individual y privado, pero cualquiera habría tomado la misma decisión en mi lugar si hubiera podido hacerlo. La solución no ha sido la mejor, pero al menos no ha continuado por donde parecía inevitable que siquiera.

Rafael habla de su aventura con estupor. No sabe explicar por qué se fue más que con vagos argumentos. Tampoco recuerda su etapa de viaje con especial interés. No había alicientes especiales. Solamente estaba allí con aquella gente, de la que ni siquiera se siente amigo ni se sintió nunca muy próximo. Recuerda con naturalidad cómo descerrajaban las cabinas de teléfono para conseguirdinero, cómo se alimentaba prácticamente nada más que de alcohol, vino normalmente; cómo era fácil conseguir las anfetas, cómo se pasaban las horas sin cruzar palabra con los demás compañeros. Sólo se exalta casi imperceptiblemente cuando habla de la decisión de la Telefónica de no reparar las cabinas destrozadas. Entrado el verano, ya no había manera de conseguir dinero. Aquello se le ha convertido en un sueño para el que no tiene una valoración moral. El estaba allí y le pasó todo aquello. Luego le trataron y vive en la granja. Es todo.


Salud y privilegio

-Yo creo en la salud pública como único remedio -señala el doctor Pedreira-. No sólo porque piense que es mejor en general, y ahí está el caso de la intoxicación por aceite de colza, terreno en el que no se ha querido meter ni un médico privado, sino porque es la única accesible para la mayoría de la población. La mayor parte de los casos que nos vienen no son de familias marginadas, sino de gente de la clase trabajadora o de la clase media baja. Son niños con problemas
psíquicos que pueden suceder en casi todas las familias, y, curiosamente, la sanidad española sigue considerando la asistencia psiquiátrica casi como si se tratara de un lujo.

Acabada la jornada de trabajo, los psiquiatras se dirigen agotados a comer. El almuerzo transcurre como si se tratara de una sesión de terapia de grupo. Se analizan unos a otros como si todos fueran pacientes.

-Es que estamos a tope de posibilidades. Hacemos lo que podemos, pero podemos poco porque no hay medios. Sabemos que los niños que tenemos entre las manos pueden acabar de cualquier manera debido a esta situación.

Y se repite, entre irónica y desesperanzada, la pesimista conclusión:

-Hacemos diagnósticos muy brillantes, muy brillantes. Y después no podemos hacer casi nada.

Por psoech

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