Por Concepción Pérez Pérez | Asesora en el Ministerio de Educación y Formación Profesional.

La enseñanza es la profesión nuclear, el agente clave del cambio en la sociedad del conocimiento actual. Los docentes son las parteras de la sociedad del conocimiento. Sin los docentes, su confianza y su competencia, el futuro nace muerto y con malformaciones.

Andy Hargreaves y Dear Fink (liderazgo sostenible)

Cada niño y cada persona necesitan su tiempo para aprender, que significa abrirse al mundo que le contiene, el de fuera en el que habita lo demás  y el de dentro, en el que mora su  auténtico ser, lleno de inteligencia, belleza, bondad y energía.

En relación al mundo que nos contiene, desde fuera, retomo las palabras de  José Moya Otero en el libro “Capacidad Profesional Docente” cuando dice que la transformación que da sentido a la educación es la que se realiza sobre el conocimiento socialmente relevante en capacidades y competencias humanas. Un conocimiento  que contenga todo su valor educativo, esto es, un conocimiento que persiga un universo siempre mejor; que elabore una representación del mundo consecuente y respetuosa con las diferentes concepciones de la realidad; que dote de sentido  la situaciones y realidades  abordadas y  la resolución de problemas que de ella se derivan, constatando que no tiene que haber una solución única y definitiva; que intenta alcanzar lo bueno y lo deseado a través del dialogo y el pensamiento creativo; que permite y valora la confianza mutua la comprensión y la empatía; con vocación inclusiva, es decir, accesible y  que emocione respetando ritmos y estilos de aprendizaje.

Concisión y tiempo, requisitos para la práctica docente…

Generar, organizar y compartir este conocimiento, exige tiempo, un tiempo compartido  que se enfrenta de lleno a la tendencia arrolladora del momento en que vivimos, implica incidir en la memoria frágil de este  presente líquido e incierto. Presente  que tiende a olvidar que lo importante es esencial y precisa de tiempo.

Concisión y tiempo son dos requisitos que nadie debería obviar si está implicado e implicada en la práctica docente. Los contenidos escolares (conceptos, habilidades y actitudes) deben construirse como saberes esenciales objeto de aprendizaje-enseñanza  para todos y todas así como,  adecuarse a los ritmos diferentes que cada niño y niña precisan.

Apertura  al mundo interior

Ahora bien, la escuela también sabe que el conocimiento bien enfocado no es suficiente. Sabe que para ser integrado de forma satisfactoria y eficaz, si por eficaz entendemos  que contribuye a una construcción de la mejor versión de cada uno y cada una, precisade la apertura al mundo interior. Verles y verlas cuando llegan, están y se van, no desde lo más evidente que son sus apariencias, sino en profundidad, exige, parar. Cada uno de nosotros y nosotras necesitamos tiempo para ser mirados. 

Cuando uno o una tenemos la honda experiencia de ser descubiertos en el profundo sentido de lo que somos, todo cobra otro sentido. 

La escuela debería contener esta auténtica oportunidad para cada uno de sus niños y niñas. Desde ahí, y sólo desde ahí podremos asumir en la educación reglada y no reglada, la atención a la diversidad, de una forma real y consistente.

 

La escuela inclusiva es posible, deseable y necesaria

La atención a la diversidad, debería ir mucho más allá de su enunciado en programas, proyectos, currículos, planes, incluso normativa.

La escuela inclusiva, además  de ser norma, es posible deseable y necesaria

Atender a la diversidad es confiar en cada uno y cada una de ellos y ellas por el simple hecho de estar presentes. Es mirar toda su riqueza y fortaleza, es respetar por encima de todo el equipaje vital que traen. Unas veces liviano, útil y práctico incluso, la mayoría de las veces, cargado de ventajas e inconvenientes para avanzar, pero hay otras ocasiones en las que es muy pesado, tanto que solo cabe tomar conciencia de qué, como maestros y maestras, somos parte de la descarga, y no un obstáculo añadido. 

Inevitablemente cuando hablamos de atención a la diversidad, tipificamos identidades: Emigrantes, etnias, pobres, de necesidades educativas especiales, altas capacidades, discapacitados, con dificultades conductuales,.. e incluso como he tenido que escuchar muchas más veces de las que quisiera… normales. 

Algo así como si llegara una amiga a casa, solo nos quedáramos con su maleta y a ella la dejásemos fuera. 

Si actuamos de esta forma, condicionados por una serie de prejuicios que se nos evidencian a todos y a todas sin quererlo, la infancia que tenemos delante se va quebrando. Algunos y algunas resisten desde una fortaleza inexplicable, pero muchos y muchas se rompen ya muy temprano. Construyen una imagen de sí mismos y sí mismas llena de sombras, que en un principio no comprenden, pero que poco a poco van también nombrando, y cuando la realidad se nombra es porque ha venido a quedarse. No es que hay que callarlo, no, muy al contrario, hay que expresarlo pero desde unas coordenadas que no tienen que ver con el etiquetado de las personas. Más bien dese la idea- territorio, en la que se sustenta el reconocimiento de las propias fortalezas, miedos, estilos, gustos, errores, experiencias… de todos y cada uno de ellos y ellas. Porque si no es así, iremos perdiendo todos y todas, un potencial infinito.

La escuela inclusiva promueve la resiliencia .

La escuela que confía, sin prisas ni exigencias,  ha constatado en muchos casos, el valor de la resiliencia. Boris Cyrulink en su libro “Los patitos feos” nos regala una inquietante y esperanzadora idea: cuando se recupera el lazo social, el niño herido logra convertirse en alguien que recupera el control y puede dar y darse.  Esto nos obliga a todos los enseñantes a ser conscientes de la responsabilidad tan grande que tenemos entre manos.

Nosotros y nosotras podemos ser ese lazo social que les permita recuperar mecanismos de autoconocimiento positivo e incluso en situaciones más difíciles, de autoprotección. Podemos amortiguar el choque de realidades adversas mediante el tejido afectivo y la expresión de emociones.

Deberíamos ser capaces de que cada mañana, cuando entran a su centro educativo, todos los niños y niñas sintieran lo importantes que son, para que la confianza en sí mismos, en los demás y en la realidad que les toca vivir, fuera conquistando sus miradas y sus sentidos. Sentirse sí mismos, y a la vez ser porque somos.

Por eso, al empezar cada curso tengo la costumbre de dedicarle varios días al nombre de cada uno de ellos y ellas, tengan la edad que tengan. Es tan importante que se sientan nombrados y nombradas por ellos y ellas mismos y también por los demás. 

Empezamos siempre con la pregunta de ¿quién eres?  Es un tiempo mágico, grandioso que, por experiencia, lo sé, nunca olvidan.

La escuela inclusiva ha de confiar

Por otra parte, es importante hacer una reflexión que da lugar a muchos malentendidos que no se subsanan a tiempo: el binomio atención a la diversidad-escuela inclusiva lleva anexionado una deformación que debería ser con urgencia, repensada: la educación compensadora o compensatoria. La idea de compensación en educación conlleva un enfoque muy peligroso que contribuye, en el mejor de los casos, a validar realidades de vulnerabilidad. He visto y sigo viendo programas y aulas específicas que recogen a parte del alumnado aislándoles del contexto escolar compartido. A veces es muy sutil y otras veces no tanto. Pero siempre daña. Esto no debería confundirse con la necesidad incuestionable de la atención individualizada y mucho menos justificarse con ello.

Creer en la riqueza inmensa que tiene la escuela inclusiva implica poner de relieve que lo que ha de perseguir no es compensar, sino confiar, integrar para avanzar juntos y juntas siendo más felices. En nuestro mundo escolar es un reto prioritario que no puede conformarse con ser nombrado y renombrado un millón de veces.

La escuela debe dar credibilidad a este compromiso ineludible, si quiere contribuir a que la “actual sociedad del conocimiento” sea para hacernos a todos y todas, más justos, justas y felices.

Como dice Juan López, en el preámbulo de la obra colectiva  “La escuela de la sociedad del conocimiento”, la escuela inclusiva presenta especial atención a que todos y todas se sientan acogidos y seguros “.

Solo hay que mirarlos cuando comparten intereses y deseos

No obstante la escuela sigue manteniendo un afán  por estandarizar, ubicar, enmarcar, organizar, en aras de un orden que muchas veces lo que hace es desordena. Posiblemente debido a una herencia del pasado, de la que todavía no se ha desentendido, y muy a pesar de las aportaciones e investigaciones actuales desde distintos frentes científicos, se empeña obstinadamente en organizarse con tiempos y espacios muy alejados de la flexibilidad y la libertad. Un ejemplo muy sencillo es el de  ubicar a los alumnos y alumnas por edad. Un criterio, asumido por la mayoría de la comunidad educativa, que no solo es anticuado, sino que responde a una mirada focalizada únicamente en el docente. Poco eficaz incluso en este caso. Quien se ha encontrado con un grupo de 20, 25 o más  de alumnos y alumnas de la misma edad, sabe que la diversidad se escribe con mayúsculas y que querer homogenizar niveles, atendiendo a la edad, es una intención frustrada ya en los primeros pasos.

Si la mirada fuera dirigida hacia los que aprenden, saborearíamos la grandeza de lo que supone cuando se reúnen por la inquietud que les mueve, por el nivel de conocimientos y experiencias alcanzados. Solo hay que mirarles en los tiempos de juego libre, en los espacios comunes, en aquellos momentos y espacios en los que, independientemente del año en que nacieron, comparten intereses y deseos.

Otro ejemplo es el planteamiento que tienen muchas aulas destinadas a recoger alumnado del programa de compensación educativa, como si su diseño implicara necesariamente aislar en un tiempo y espacio a un grupo de alumnos y alumnas que no siguen adecuadamente el ritmo., cuando el apoyo individualizado en aula podría ser la respuesta más coherente y eficaz para ellos y para todos y todas las demás.

En la escuela de todos los días, todos los momentos dejan traslucir la concepción de fondo que el equipo docente y las familias tienen sobre esta cuestión. Sería imposibles enumerarlos todos.

Una lectura atenta de los proyectos educativos de los centros nos daría muchas pistas para construir planes de atención a la diversidad realistas, consecuentes y satisfactorios para toda la comunidad educativa,  así como para la elaboración de las programaciones de aula ajustadas a la realidad diversa y rica que siempre hay en ellas.

La evaluación, el diagnóstico y la toma de decisiones respecto a  todas las reflexiones y acciones que se acometen, deben asumir que una de las coordenadas en las que se ubica toda tarea educativa  es la atención a la diversidad.

La diversidad en una singularidad que a todos y cada uno, nos caracteriza

La atención a la diversidad supone también un afianzamiento de la convivencia positiva y pacífica de la comunidad educativa. Valorar la diversidad no solo como componente enriquecedor, sino también como singularidad que a  todos y cada uno nos caracteriza, conlleva una visión ética que pone en valor el respeto, el apoyo y  la  confianza mutuos.

La equidad y  la justicia son valores que no pueden cuajar si no existe una clara determinación y apuesta por que en nuestras escuelas la cultura de lo diverso sea una realidad necesaria urgente y posible.

Esta apuesta se concretaría en cuatro líneas de actuación:

Dotar y gestionar los recursos de una forma más eficiente, considerando  prioritario este criterio (distribución de tiempos, espacios, profesorado)

Compartir en red, experiencias de buenas prácticas e iniciativas  que en este sentido vayan generando nuevas corrientes de opinión en el sentir de los docentes y de toda la comunidad educativa.

Formación de los docentes con propuestas que exijan una proyección en los centros.  

Reconocimiento expreso por las distintas Administraciones de este tipo de experiencias y buenas prácticas, convocando concursos, editando y difundiendo, o si se quiere ir un poquito más allá, crear una entidad que se ocupara de velar, y orientar desde este enfoque.

Concepción Pérez Pérez
Asesora Técnico Docente en el MEFP
Maestra de Primaria

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