La próxima cita del G-20 llega en un momento de fragilidad política. A diferencia de ediciones anteriores, esta reunión se vislumbra muy fragmentada.
Por Ivette Ordóñez Núñez | viernes, 29 de octubre de 2021 | revistafal
Octubre 2020
Lejos de la decadencia, el G-20 se visibiliza con fuerza en tiempos de incertidumbre geopolítica. La retirada progresiva durante los últimos meses de las tropas estadounidenses en Afganistán, la sorpresiva alianza AUKUS (Australia, el Reino Unido y Estados Unidos) en la zona del Indo-Pacífico con el fin de contrarrestar el ascenso de China en la región, así como el acercamiento diplomático del gigante asiático con el régimen talibán en Afganistán, están dibujando un escenario aún más complejo en una época pandémica. En esta tesitura, la Cumbre del G-20, que se celebrará en Roma el 30 y 31 de octubre de 2021, se vislumbra como un acontecimiento diplomático lleno de expectativas. Caracterizado por su flexibilidad e informalidad, este grupo de mandatarios que se reuniría por primera vez en 2008 para coordinar de manera conjunta una crisis financiera de carácter sistémico, es ahora un centro de concertación política afianzado.
Recordando que el G-20 está formado por diecinueve países provenientes de los cinco continentes, la Unión Europea y España como único invitado permanente, es también importante señalar que son representativos del 85% del PIB mundial, 75% del comercio internacional, 66% de la población del planeta y 80% de la inversión global. Presidido por Italia en 2021, esta autoproclamada agrupación política ha celebrado ya una quincena de encuentros en 13 años de vida (de 2008 a 2020). Su funcionamiento sigue siendo novedoso, continúa sin poseer alguna carta fundacional y sin contar con una secretaría permanente. Pese a ello, el G-20 explora constantemente su propia identidad, encarnando en sí mismo la efervescencia de la dinámica internacional. El peso que este conlleva le confiere un poder abrumador a la hora de consensuar y decidir algunas pautas de la gobernanza mundial. Sin plantearse la longevidad del grupo ni sus límites, este club de mandatarios ha admitido que sus necesidades son comunes y no se constriñen únicamente al ámbito financiero o económico. Más bien, que los retos que está planteando la globalización son de carácter transfronterizo, por lo que temas como la fiscalidad global, el cambio climático, la seguridad alimentaria o la digitalización, entre otros, forman parte ya de la agenda del grupo.
La agenda italiana en 2021
Con una pandemia a sus espaldas, Italia ha tenido la ardua tarea de diseñar una agenda reconstructiva. Mediante tres pilares ⸺gente, planeta y prosperidad⸺, el cuarto país europeo en ostentar una presidencia del G-20, ha intentado conjugar la importancia de dar una respuesta colectiva a la crisis sanitaria mundial al tiempo que pretende dar continuidad al diálogo que ha establecido el grupo durante los últimos lustros. El primer pilar, gente, está dedicado a la búsqueda y la reflexión sobre una respuesta internacional a la pandemia de covid-19, subrayando la importancia de proveer diagnósticos y vacunas de acceso mundial. Este pilar también trata sobre las graves consecuencias sociales, por lo que se ha diseñado un esquema para analizar cómo reducir las desigualdades, intentar establecer una rápida recuperación, además de empoderar a las mujeres y a los más vulnerables.
Por otro lado, el segundo pilar, planeta, está centrado especialmente en las energías renovables con objeto de proteger el clima y el medio ambiente. Finalmente, su tercer pilar, prosperidad, está enfocado en la digitalización, analizando cómo convertir esa interconexión tecnológica en una oportunidad para todos, generando una mejor productividad.
Con estas líneas ambiciosas, Italia ha organizado sendas reuniones ministeriales entre los miembros del G-20. Además de los habituales encuentros entre los ministros de economía y finanzas, que siguen siendo la columna vertebral del grupo, los ministros de otros ámbitos, como la salud y la digitalización, también se han reunido, habiendo además encuentros ministeriales bisectoriales, como el medio ambiente y la energía o el desarrollo y los ministros de exteriores; todo ello ha constituido la nueva forma de trabajo que ha ido explorando la agenda italiana. Contando con el acostumbrado apoyo y asistencia de los organismos internacionales, como la Organización Mundial de la Salud, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Banco Mundial, entre otros, Italia ha elegido también invitar a Holanda y Singapur a ser parte del proceso en 2021. Nuevas formas de trabajo, bisectorial, telemático o presencial han sido las maneras de operar que el anfitrión ha puesto en marcha, consiguiendo ampliar la óptica operacional del G-20.
Con un dinámico ritmo de trabajo, la presidencia italiana ha dado algunos pasos significativos en el ámbito de la salud. En mayo de 2021 tuvo lugar una Cumbre Mundial sobre la Salud entre los miembros del G-20. Esta reunión fue a iniciativa de la Unión Europea con objeto de compartir las lecciones aprendidas durante la pandemia de covid-19. La cumbre pretendía allanar el camino a una mayor cooperación multilateral, estableciendo acciones conjuntas para estar mejor preparados ante futuras crisis sanitarias. Sin embargo, aunque el diálogo dio como resultado la adopción de la Declaración de Roma, la realidad es que el resultado es débil. Los principios de la declaración son de carácter orientativo (la importancia de que las cadenas de suministros sean seguras y eficientes, el papel central de la Organización Mundial del Comercio en cuestiones sanitarias, apoyar a países desfavorecidos, etc.) sin ningún compromiso político sustancial. No obstante, conscientes de que la salud se está convirtiendo cada día más en un bien público global, los ministros de salud del G-20 decidieron en septiembre de 2021 concertar acciones políticas, acordando la donación de vacunas a países desfavorecidos con la finalidad de que al menos 40% de la población mundial pueda estar vacunada antes de 2022.
¿Es realmente útil el G-20?
Una de las grandes virtudes del G-20 es, sin dudas, la ausencia de reglas burocráticas que impidan abordar delicados temas políticos. El primer ministro italiano Mario Dragui ⸺en calidad de anfitrión⸺ convocó el 12 de octubre de 2021 a los mandatarios del G-20 a una reunión telemática urgente para tratar el tema de Afganistán, evitando que empañe y monopolice la cumbre de líderes presencial que tendrá lugar a finales de octubre. De esta manera, la llegada repentina de esta temática a la mesa del G-20 ha reavivado el debate sobre qué funciones debe tener esta agrupación. Pese a algunas divergencias, la reunión virtual tuvo lugar a menos de 20 días de la cumbre presencial, demostrando el carácter urgente por tratar la situación caótica en Afganistán al mismo tiempo que se observa la utilidad que sigue conservando el G-20 al ser un club diplomático que reúne a los protagonistas políticos de la escena internacional (Australia, China, Estados Unidos, el Reino Unido, Rusia, la Unión Europea, entre otros).
Al no haber uniformidad ideológica en el seno del G-20, y sin poseer una potestad para abordar, en profundidad, todas las caras de la situación afgana, la temática es, por lo tanto, delicada. La ausencia de Vladimir Putin y de Xi Jinping (representados por sus respectivos ministros y viceministros de exteriores) a la reunión telemática expone un claro recelo y poca disposición para encontrar soluciones conjuntas. A raíz de la retirada de Estados Unidos del territorio afgano, el país se ha vuelto vulnerable al observarse un control creciente de los talibanes en el poder, llegando incluso a bloquear en agosto de 2021 el acceso a los fondos internacionales. Una frágil situación que puede desembocar en un colapso económico del país y, por ende, en el hundimiento del sistema de pagos, por lo que la ayuda humanitaria no llegaría.
Un contexto analizado por el G-20 que encuentra discrepancias en su seno. Mientras que Rusia crítica la acción de los occidentales en territorio afgano durante las 2 últimas décadas, los intereses de China son distintos. China no ha tardado en establecer un creciente contacto diplomático con el régimen talibán con el fin de contar con el control del Movimiento Islámico de Turquestán Oriental que Beijing considera como una amenaza a su seguridad nacional. A los ojos de China, ese Movimiento tiene un carácter desestabilizador en la región de Xinjiang, una zona poblada por una minoría étnica musulmana, que puede ser el escenario de actos terroristas. Asimismo, la falta de convencimiento por parte de los miembros del G-7 para que el gobierno de Joseph R. Biden retrasase la retirada de tropas del territorio afgano, denota a su vez una ausencia de alineación política entre los occidentales.
La próxima cita del G-20 llega en un momento de fragilidad política. A diferencia de ediciones anteriores, esta reunión se vislumbra muy fragmentada.
Todas estas desavenencias hacen que el G-20 se encuentre ante la disyuntiva de intentar encontrar un acercamiento con el régimen talibán para no empeorar la situación humanitaria que viven los afganos (19 millones de mujeres y niños al borde de perder la libertad y la dignidad) sin otorgarle un reconocimiento legítimo. Esa delgada línea que evite una debacle económica y social del país, al mismo tiempo que se intenta proveer ayuda humanitaria es la problemática que se yergue hoy en el G-20. Pese a ello, los líderes han acordado la donación de 1300 millones de euros (1000 por parte de la Unión Europea y 300 por parte de Estados Unidos) para la ayuda humanitaria que coordinará la ONU. Cabría, no obstante, cuestionarse si una reunión bilateral entre Estados Unidos y la Unión Europea hubiera dado el mismo resultado. O, si más bien, el G-20 permite visibilizar, sin tapujos, el desdén y los intereses de las nuevas potencias.
Por otro lado, en los últimos tiempos se están dando a conocer nuevos pasos significativos en la fiscalidad global. La tributación de las grandes empresas digitales, conocidas comúnmente como GAFA (Google, Amazon, Facebook, Apple), ha sido un tema que ha preocupado a los líderes del G-20. Si bien, en las últimas semanas se ha dado a conocer que Estonia e Irlanda han aceptado ser parte de la nueva normativa global que está diseñando la OCDE para establecer un impuesto de sociedades uniforme de 15%, este logro es fruto del diálogo político del G-20. En 2012, los mandatarios acordaron en Los Cabos, México, modernizar las reglas fiscales, abordando la evasión y la elusión fiscal, encomendando a la OCDE dicha tarea. Poco a poco se fueron dando pasos, se estableció el Intercambio Automático de Información que ensombrecería el secreto bancario de Suiza y, sobre todo, se crearía el proyecto ambicioso de la erosión de la base imponible y la deslocalización de beneficios, con el fin de armonizar las reglas fiscales para que las empresas graven sus impuestos donde realizan sus actividades.
En los últimos años, la OCDE ha encontrado vaivenes del gobierno estadounidense y rechazo de otros (Irlanda, Hungría, etc.) que han gozado de una tributación atractiva para atraer empresas. Sin embargo, en los últimos meses se ha logrado el compromiso de 136 países que representan el 90% del PIB mundial y que permitirán reasignar más de 125 000 millones de dólares de beneficios. No obstante, para algunos ha sido un error establecer el porcentaje de 15%, pudiendo dejar el texto original que señalaba “al menos 15%”, lo que abriría a gravar un porcentaje mayor en el futuro.
Un tablero geopolítico en constante movimiento
La próxima cita del G-20 llega en un momento de fragilidad política. A diferencia de ediciones anteriores, esta reunión se vislumbra muy fragmentada. Los acontecimientos de los últimos meses revelan incomodidad entre aquellos que antes alardeaban de una fuerte unión. El surgimiento del AUKUS es muestra de ello. El abandono del importante contrato de compra de submarinos franceses por parte de Australia (56 000 millones de euros) es revelador, provocando desconcierto para Francia y para los europeos. AUKUS encarna el claro interés del gobierno de Biden por desdibujar viejas alianzas para construir otras que puedan contrarrestar el avance de China en la región del Indo-Pacífico. Una tendencia que en su día iniciaría Barack Obama, cuando su primer objetivo en materia de política exterior fue la región del Pacífico, impulsando en sus últimos meses de mandato el Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica, llegando a abarcar un amplio número de países, desde Australia hasta México, dejando fuera a China. Una asociación que Donald Trump rompería, pero que dejaría un contexto hábilmente aprovechado por China, creando la Asociación Económica Regional Integral, ejerciendo influencia en la región y dejando fuera a Estados Unidos.
En esta atmósfera de tensión, los líderes se verán las caras para intentar avanzar en su agenda global. Recientemente, Turquía anunció que en el G-20 ratificaría el Acuerdo de París, pero que lo haría en la modalidad de país en desarrollo y no como se le había estipulado (parte oficial de la categoría de países industrializados). Turquía era el único miembro del G-20 que faltaba por ratificar el acuerdo climático, una importante decisión para la gobernanza climática si se recuerda que el G-20 emite el 76% de las emisiones de dióxido de carbono, y cuya reunión de jefes de Estado y de gobierno será la antesala de la Conferencia de las Partes (COP-26) de Glasgow. Esta cita se muestra incierta debido al último informe alarmante de las Naciones Unidas que asegura que las medidas son insuficientes y no se llegará al objetivo de contener el calentamiento en 2 grados Celsius o 1.5 grados Celsius para el siglo XXI.
Así, las cuestiones climáticas, la fiscalidad, la gestión de la pandemia, la energía o la digitalización figuran como temáticas ávidas de consenso político propio de una gobrenanza global. Todo ello en un escenario mutante, donde nuevas alianzas nacen, como la recientemente establecida entre Francia y la India con el objetivo ⸺según ha señalado el país galo⸺ de “promover la estabilidad regional y el Estado de derecho” en la región del Indo-Pacífico. Otras alianzas parecen lentamente difuminarse, como la de Estados Unidos y la Unión Europea, mientras que AUKUS emerge como un claro desafío.
IVETTE ORDÓÑEZ NÚÑEZ es doctora en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid. Es analista de política internacional enfocada al estudio de la gobernanza mundial, el G-20 y la Unión Europea. Es autora de El G-20 en la era Trump. El nacimiento de una nueva diplomacia mundial (Los Libros de La Catarata, 2017). Sígala en Twitter en @ordonez_ivette.