Durante más de 40 años he dedicado una parte muy importante de mi práctica…
https://fundacionsistema.com/| miércoles, 16 de junio de 2021 | J.L. Pedreira Massa
Durante más de 40 años he dedicado una parte muy importante de mi práctica profesional al trabajo de investigación y tratamiento de la infancia maltratada. Estudiando las diferentes tipologías de presentación: los malos tratos físicos, los emocionales, la negligencia y abandono y, por fin, los abusos sexuales. Cuando nos enfrentamos a este tipo de acontecimientos hay que decidir realizar la correspondiente notificación al sistema judicial. El recorrido de las notificaciones resulta ser variable, se solicita el parte de lesiones que solo se puede aportar en el caso de los malos tratos físicos y en los abusos sexuales deben existir restos biológicos, todo lo demás no suele progresar.
He escrito sobre el tema en artículos para publicaciones científicas y capítulos para libros profesionales. Las publicaciones contemplan las correspondientes referencias científicas, los resultados tienen en cuenta las evidencias científicas al respecto. Son publicaciones con prestigio profesional y con importante “Impact Factor”. Aún así, los informes periciales o los informes de notificación, no siempre son tenidos en cuenta por el sistema judicial y tampoco mucho en el sistema de protección a la infancia. Se necesitan pruebas y las evaluaciones profesionales no suelen tener tal consideración en el sistema judicial.
El tiempo ha transcurrido y las aportaciones científico-técnicas también se han modificado. A la par de estos avances, se ha profundizado para delimitar y describir con precisión, los acontecimientos y circunstancias en que se presentan los malos tratos a la infancia.
Durante un tiempo, la comunidad científica, se refirió a estas situaciones como “violencia familiar”. Al poco tiempo se demostró que era una terminología muy imprecisa, ocultaba muchas y muy diversas situaciones cuya etiología era totalmente diferente en cada una de ellas y, lo que es más importante, los factores de riesgo y los contextos en los que se presentaban eran totalmente diferente.
En el año 1990 S.J. Breiner publica el libro “Slaughter of the inocent”, en el texto analiza cómo se presentan los malos tratos a la infancia en cuatro culturas diferentes: la occidental, la musulmana, la judía y la china. Al analizar los contenidos hubo una constante, de especial significación, que condicionaba la aparición de los malos tratos en la infancia: la consideración de la mujer en esa cultura analizada. La importancia venía dada porque en las culturas donde la consideración socio-cultural de la mujer era menor, los malos tratos a la infancia eran mayores. En otras palabras: los malos tratos a la infancia estaban en relación con la cultura que subyugaba a las mujeres. Es decir, la cultura patriarcal era un caldo de cultivo para el comportamiento de índole violenta de las figuras parentales, fundamentalmente de la figura paterna, hacia sus hijos.
Un factor muy importante se refiere a lo que se ha denominado como “transmisión transfamiliar” de la violencia, consiste en la afirmación que asegura que niños maltratados se transformarán en adultos maltratadores. Los estudios muestran que un gran número de casos en los que las figuras parentales han sido maltratados en su infancia, pero son padres que no maltratan y son buenos cuidadores, además cada vez han surgido más una duda razonable desde la perspectiva científico-técnica.
La presencia de factores protectores como figuras de apoyo en la infancia, la estabilidad y apoyo emocional de la pareja actual y la participación en actividades sociales de su entorno, son factores que discriminan entre los grupos que reproducen el maltrato y los que consiguen romper con esa cadena de violencia padres-hijos.
Hay dos funcionamientos familiares que son factores favorecedores de la violencia de las figuras parentales hacia sus hijos: el aislamiento (dificultades manifiestas para establecer intercambios relacionales con el exterior del sistema familiar, dificultades que, en algunos casos, se presentan en las relaciones con la propia red familiar extensa). En estas condiciones, la primera repercusión del aislamiento es la disminución de los intercambios socio-culturales con el contexto, dificultándose la obtención de modelos de identificación alternativos a los establecidos en ese grupo familiar. La consecuencia inmediata de ese aislamiento es la dificultad en buscar y solicitar apoyos emocionales y sociales, con lo que se incrementa la dificultad para la utilización adecuada de los recursos existentes en esa comunidad o, cuando solicitan ayuda, lo hacen de forma inadecuada, incompleta o abandonan el recurso. El aislamiento familiar es la constatación, más patente, de la relación dialéctica entre “aislarse-ser aislado”. Además, el funcionamiento de este factor del aislamiento guarda relación con las diferentes clases sociales y con determinados grupos de marginación social (drogodependientes, alcoholismo, enfermedad mental, inmigración).
Una consecuencia relacional y comunicacional del aislamiento social consiste en el encerramiento, Crivillé lo ha denominado como “funcionamiento en circuito cerrado”. El mecanismo que acontece es una introversión de los conflictos externos hacia la propia comunicación en el interno del sistema familiar. Ocurran donde ocurran esos conflictos relacionales o de otro tipo (barrio, trabajo, escuela, diversiones) se trasladan de forma automática al interior del sistema familiar, en cuyo seno se pretende aliviar la ansiedad que produce la imposibilidad de abordarlos allí donde se producen, por lo tanto, es una vía de descarga y de escape y no una elaboración de esas dificultades. Este proceso de encerramiento también es distinto en las diferentes clases sociales, así en las clases media baja y baja las características físicas de los domicilios hacen que en el encerramiento el contacto físico sea mayor y la posibilidad de empujones o acciones de descargas física es mayor. Este encerramiento contribuye a que interpreten a los sistemas de apoyo comunitario como amenazantes para la propia estabilidad del sistema familiar.
El factor que caracteriza lo subjetivo se sintetiza en la dificultad de mentalización, lo que desencadena el paso al acto en la interacción. Superar situaciones conflictivas requiere una organización mental de cierta complejidad; en determinadas circunstancias la organización mental se pone a prueba y si no ha adquirido esa madurez en su complejidad, ante situaciones relacionales y comunicacionales la respuesta se verá dominada por la actuación. Estos pasos al acto son las descargas de la tensión emocional, lo que dificulta la comprensión de los contenidos y de la elaboración mental de esas circunstancias y de la propia respuesta, por lo tanto, lo que emergen son las consecuencias a los actos realizaos y no los condicionantes que originaron esa respuesta. En este contexto, el maltrato no se percibe como una distorsión relacional, sino como una forma específica de relación, el sujeto maltratador siente culpa por el acto realizado y le impele a actuaciones, en ocasiones, desproporcionadas con intención reparadora (por ejemplo, regalos). No obstante, no se mitigan las respuestas actuadas, porque le falta la capacidad de mentalizar hace que no consiga una canalización de la agresividad de forma controlada, ese descontrol se va a manifestar también en los contenidos educativos o a la hora de trasmitir la autoridad parental.
En este tiempo han emergido dos características complementarias a los malos tratos de la infancia: la “violencia vicaria” y el “síndrome de alienación parental” (SAP).
En el primero de los casos, la violencia vicaria consiste en la acción que un miembro de la pareja parental, en general el miembro masculino, utiliza la violencia sobre los hijos con el fin de hacer daño al otro miembro de la pareja parental, en general suele ser la mujer. Esta violencia puede presentarse desde el secuestro de los hijos (por ejemplo, el que realizan algunos padres de determinada creencia y/o cultura cuando secuestran a sus hijos y los llevan a sus países, como “pago” a un proceso de separación o divorcio) hasta el asesinato de sus propios hijos (por ejemplo, el realizado hace unos años por el padre que mata y quema a sus propios hijos simulando una desaparición, o el reciente asesinato, presunto, de dos niñas en Tenerife). En este caso el machismo se expresa en la destrucción del fruto de esa relación, los hijos son considerados, por el machista, como un bien muy valioso para la mujer, un bien calificado como “el más valioso”, en ese sentido decide hacer el daño más agudo y persistente que puede existir: matar a los hijos. Realiza el daño vital sobre los hijos, pero ese daño va dirigido hacia la mujer, por eso es vicario, al ser un acto violento realizado sobre una persona cuyo daño final se dirige a otra persona.
El único desencadenante es la supremacía que siente el sujeto machista sobre la mujer. Se suelen buscar razones como los celos, la intolerancia a la separación o que pueda padecer un trastorno mental. No, desde luego que no es un enfermo mental, en general, puede tener rasgos funcionales, relacionales o perceptivos determinados, pero en el seno de un machismo cultural y de supremacismo de macho sobre la mujer, o el sentimiento de propiedad real y control de la mujer y su separación supone una contraposición brutal al poder machista que él representa, perdiendo todo su control sobre el otro.
El segundo emergente es el SAP. Una construcción, supuestamente científica, que nunca ha conseguido ser aceptada como tal. Tras más de 10 años de discusiones en USA y a nivel internacional, no obtuvo las condiciones mínimas exigidas para ser considerada como una categoría científico-técnica como para incluirse en el sistema americano de clasificación de los trastornos mentales y del comportamiento, conocido como DSM-5; pero tampoco consigue que la OMS lo incluya en su sistema de clasificación denominado ICD-11. En general los grupos de investigadores plantean que esas investigaciones conceptuales son solamente defendidas por el grupo de sus formulantes, el Prof. Gardner de la Universidad de New Jersey.
Según los defensores de este fenómeno, el SAP se caracteriza porque el miembro de la pareja parental que es custodio, en general la figura materna, hace actuaciones tendentes a que los hijos rechacen al otro miembro de la pareja parental, en general la figura paterna. En estas condiciones se supone que existe una figura parental que va contra la otra y utiliza a sus hijos para dañarle, lo consigue mediante la descalificación y malas informaciones acerca de la figura parental no custodia, consiguiendo que los hijos se pongan en su contra y no accedan a ir con la figura parental no custodia. Habitualmente se suele acusar a la figura materna de ser la inductora del SAP en contra de la figura paterna.
El estudio del supuesto SAP puso de manifiesto que, mayoritariamente, se presentaban en procesos de separación o divorcio de las figuras parentales, pero eran unos divorcios complejos y en los que solían mediar acusaciones de malos tratos (sobre todo de tipo emocional y psicológico) y/o de abusos sexuales (ASI). En estos casos hay muchos juzgados de familia que se niegan a aceptar, por desconocimiento o ideología, estos tipos de maltrato en la infancia y las dificultades se transforman en un diagnóstico: SAP.
En los casos de maltrato psicológico la recogida de datos y su contextualización se realiza mediante una técnica muy precisa: la semiología. En estos casos la formación en el tipo de semiología a realizar, sobre todo con los niños pequeños, es muy específica y precisa de una formación muy determinada y dirigida a la realización de entrevistas a la infancia. La evaluación de estos casos se basa en la presencia de determinados síntomas y signos que no son patognomónicos por sí mismos, sino que lo son en tanto se presentan en un contexto personal de ese niño/niña en un momento determinado de su etapa de desarrollo, ese conjunto sintomático debe ser adecuado, coherente y consistente, tanto en la perspectiva de los síntomas (lo que narra el sujeto) como en los signos (lo que detecta el profesional).
En el caso de los ASI la situación es mucho más compleja, primero existe una resistencia muy importante a aceptar la narración de los niños y niñas sobre estas situaciones, además no es común que existan las pruebas de rastros biológicos, para poder hacer el DNA. Gran parte de los ASI, al menos en la actualidad, no suele ser con penetración, sino que se establece por medio de conductas de estimulación (toqueteos, felaciones, manoseos), es decir que no va a dejar rastro biológico. En el supuesto caso que existiera penetración, la exploración debiera realizarse inmediatamente, pero no suele ser la norma, sino que se difiere en el tiempo y la higiene hace desaparecer esos rastros.
En estos dos casos la figura parental no custodia se oculta tras el SAP, con el fin de evitar la culpabilización por los hechos que se le imputan. Es una situación en la que queda palabra contra palabra. El sistema judicial suele dar la razón a los adultos, con lo que no se da credibilidad a la narración de los niños y, de esta suerte, estas dos circunstancias no suelen evaluarse de forma correcta y suficiente.
En ambos casos se debe realizar una semiología detenida y muy consistente. Por ejemplo, el local debiera estar acondicionado para recibir a la infancia y adolescencia, los locales muy “judicializados” no son los mejores para realizar la exploración. En segundo lugar, el tiempo que duran las entrevistas de evaluación, en general la infancia no soporta tiempos de exploración muy dilatados, a partir de los 20-30 minutos, según la edad, aparece el cansancio y las conductas que lo expresan (se tira en el suelo o sobre la mesa, inicia un discurso que va saltando de tema a tema, aparecen incongruencias en la narración, pierden la perspectiva del tiempo en la narración, “dar la razón” a lo que se le pregunta sin atenerse al contenido). Existen escasas escalas adecuadas para estas circunstancias de forma específica y las que existen tienen una fiabilidad bastante discutible, las escalas evalúan las condiciones y comportamientos generales de la infancia, pero el profesional debe saber realizar la lectura interpretativa de los resultados, sabiendo que son pruebas complementarias y no pruebas diagnósticas. Por lo tanto, la exploración directa tiene mucho más valor. En este sentido, existen técnicas de entrevista que son muy útiles para evaluar, tanto el contenido como la expresión y fiabilidad de lo narrado, a la infancia en estas circunstancias. La prueba más precisa es la de Yuille, consta de cinco etapas sucesivas con contenidos y secuencia muy precisas, incluyendo comprobar la capacidad de influenciabilidad de ese niño o niña en concreto, esta entrevista tuve el placer de adaptarla al castellano y se publicó en la Revista del Consejo General del Poder Judicial en el volumen del año 1993-94.
Para poder realizar una correcta evaluación se precisan unos profesionales formados en exploración y tratamiento de la infancia y la adolescencia y con tiempo de experiencia, ambas condiciones no suelen ser la norma en los equipos psicosociales de los juzgados, más avezados en evaluaciones de personas adultas y muy escasos de plantilla e incompletos en cuanto a los profesionales para evaluar. La nueva ley contra la violencia en la infancia enfatiza estas condiciones de la formación específica en la infancia para realizar unas evaluaciones fiables y consistentes desde la perspectiva científico-técnica, certificando las dudas razonables sobre la calidad de los equipos psicosociales, en las condiciones actuales.
En aplicación de la ley contra la violencia en la infancia y la adolescencia, no está permitido acogerse al diagnóstico de SAP por parte ni de la judicatura ni de la fiscalía. Por lo tanto, se asume que el SAP es una entidad que no está admitida por la evidencia científica y, por lo tanto, no puede constar en documentos oficiales, ni en informes forenses, ni en autos, ni en sentencias, ni en ninguna otra documentación oficial.
En definitiva, ampararse en el SAP constituye una tapadera que obtura la información para evaluar, de forma adecuada y pertinente, los malos tratos a la infancia, por parte de la figura parental no custodia, en la mayoría de las ocasiones la figura paterna, sobre todo en el caso de los ASI.
El machismo y la impregnación de las instituciones por la cultura patriarcal han buscado subterfugios para evitar asumir la realidad de la expresión de la violencia paterna. En general, se puede constatar que el sistema judicial ha aceptado el SAP, pero le cuesta aceptar la violencia vicaria. De esta forma y manera se ultima el encubrimiento de la violencia parental sobre la infancia y, como consecuencia, sobre las mujeres.
En los primeros años del siglo XX, un forense francés, apellidado Tardieu, fue expulsado del Colegio de Médicos de Francia por haber publicado que, en muchas autopsias de niños institucionalizados fallecidos, se encontraban, en muchas ocasiones, lesiones que no eran accidentales y, por lo tanto, habían sido causadas por sus cuidadores. Fueron las primeras publicaciones sobre casos de malos tratos a la infancia. Hoy el doctor Tardieu tiene su reconocimiento con una calle a su nombre, justo a los pies de le Sacre Coeur en París, reparación social a la expulsión que sufrió en su día.
La presencia de estas situaciones de malos tratos hace que se alteren los vínculos, ya que sus figuras de apego se comportan de una forma paradójica. Por un lado, las figuras parentales deben cuidar y atender a sus hijos para ofertarlos seguridad y continuidad en los cuidados, pero en el caso de los malos tratos las figuras protectoras se transforman en agresoras y portan inseguridad. De esta suerte que la infancia quiebra su conducta de apego y hace que los vínculos se organicen de forma desorganizada, lo que incrementa los riesgos evolutivos en la infancia, sobre todo de perfiles psicosomáticos, comportamentales y emocionales.
Ahora nos queda ser rigurosos en el uso del lenguaje a la hora de describir situaciones y circunstancias que tienen relación con los malos tratos a la infancia, hijos que son interpuestos en la relación tensa entre ambas figuras parentales. Hemos de estar muy atentos, no descalificar lo que dice la infancia ni los miedos expresados por las mujeres. Solo de esta forma y manera podremos intervenir de forma preventiva, entre otras cosas porque así se rompe el aislamiento social y se quiebra el encerramiento relacional.
Los datos de los que disponemos solo hacen que confirmar las hipótesis que Breiner formuló en 1990.