Se veía venir. Según el Portal Estadístico de Criminalidad del Ministerio del Interior, las…
viernes, 09 de julio de 2021
Se veía venir. Según el Portal Estadístico de Criminalidad del Ministerio del Interior, las agresiones relacionadas con los delitos de odio han aumentado un 45% desde el año 2013.
Hace unos días asesinaron a Samuel al grito de “¡Maricón de mierda!”. Y los casos de violencia homófoba se multiplican. Se incrementan también los ataques racistas y xenófobos, especialmente a los menores. Los asesinatos de mujeres por parte de sus parejas machistas sufren una escalada escalofriante.
El último paso ha sido el de poner una diana en el pecho del editor de una revista satírica.
Estamos ante la escalada de los odiadores. Se puede ignorar. Se puede relativizar. Pero el problema va a ir a más, porque los odiadores encuentran inspiración, eco y legitimación en los discursos de un partido con representación e influencia: Vox.
El problema va a ir a más, porque aumenta su sensación de impunidad y se están envalentonando.
No es la primera vez que ocurre. Pasó en la Europa de los años treinta del siglo XX, con el fascismo y el nazismo. Pasó aquí en los años previos al golpe de 1936 y la instauración de la dictadura franquista. Está pasando en otros países.
Nuestra convivencia democrática es un tesoro, pero no es irreversible. Si no se protege y no se defiende, se puede perder. Porque tiene enemigos.
O les plantamos cara o corremos el riesgo de la que la historia se repita.
La estrategia de los odiadores es clásica. Aprovechan el sentimiento de temor e incertidumbre ante los problemas y las amenazas que conlleva una crisis grave, como la que vivimos ahora.
Los odiadores no buscan causas y soluciones. Se limitan a señalar culpables. Falsos culpables.
Los culpables de los problemas son los diferentes a ti, aquellos que por ser distintos despiertan incomprensión, miedo y rechazo. Además, son los más fáciles de señalar.
Los que vienen de fuera. Los que tienen un color distinto de piel. Los que hablan otro idioma. Los que tienen otra orientación sexual. Las que reclaman una relación distinta entre hombres y mujeres. Los que se visten diferente. Los que piensan distinto.
Y, desde luego, los gobernantes que lo permiten y los periodistas cómplices.
Los odiadores encauzan emociones, nunca razones. Para excitar emociones bastan símbolos y consignas. Las razones son más complejas, porque requieren datos, hechos, argumentaciones.
Exigen un poder homogéneo y fuerte. Si tenemos las cosas tan claras, ¿para qué necesitamos tantos partidos, tantos debates, tanto tiempo perdido? Líder y masa, el esquema fascista.
No solucionan problema alguno, claro. Los agravan. Destruyen nuestros derechos y libertades. Y quiebran la convivencia en paz y en libertad. Matan, como ocurrió con Samuel.
Su objetivo último hoy es el mismo de los nazis y fascistas del siglo pasado: la sociedad homogénea en sus valores retrógrados y el poder autoritario. Tienen referentes de antes y de ahora, como Orban o Putin.
En la Alemania de los años veinte, los bien pensantes se reían de aquel señor gritón, bajito y con bigotín. Se llamaba Hitler. En la Italia de ese tiempo, muchos despreciaban el lenguaje zafio y cuartelero de Mussolini.
Aquí, casi nadie supo prever que “Franquito, el cuquito”, como le llamaban en las altas jerarquías políticas, acabara siendo Caudillo de España durante 40 años.
Los líderes fascistas son peligrosos. Y su infantería combina atributos con alto riesgo de incendio para la convivencia. Primero, la ignorancia. La ignorancia es fundamental para asumir acríticamente los bulos y las consignas irracionales.
Después, la intolerancia. El ignorante rechaza lo que no conoce. Y, por último, la violencia. El fascista teme, rechaza y arremete lo que ignora con el arma más básica e instintiva, la violencia.
También era de esperar el ataque a los periodistas, como el sufrido por el editor de El Jueves.
Los odiadores no pueden admitir que haya periodistas que discutan abiertamente sus consignas. Admitir la discrepancia requiere demasiada elaboración mental. El humor satírico exige de cierto grado de inteligencia, incluso. Si no estás con ellos, estás contra ellos. Esto es mucho más fácil de interiorizar.
No cabe minusvalorar o relativizar el peligro que entrañan. Ni mirar hacia otro lado. Que le pregunten a la familia de Samuel. O a los inmigrantes agredidos. O a los huérfanos de las mujeres asesinadas por el machismo que ellos niegan.
Es preciso plantarles cara. Denunciando sus ataques. Contestando sus mentiras. Haciendo uso contundente de las armas del Estado de Derecho, de la policía, de la fiscalía, de la Justicia, de la cárcel.
El delito de odio forma parte del Código Penal. Aplíquese, con todas las garantías precisas, pero con toda la contundencia precisa también.
Vox representa el discurso del odio en España. Pero el PP es cómplice en la medida en que les justifica, les blanquea y pacta con ellos. Ayuso ha llegado a cuestionar las “acusaciones sin motivo, sin pruebas” hacia los asesinos del “chico de Galicia”.
En Francia y Alemania, la derecha conservadora ha trazado un cordón sanitario frente a ultras y odiadores. Aquí, el PP les incorpora al Gobierno de Murcia y pacta con ellos en Madrid y Andalucía. Hay que denunciar esta complicidad cada día.
Decía Mari Twain que la historia no se repite pero rima. Y hay rimas terribles. No las menospreciemos.