En los dos últimos meses aparece en la prensa noticias acerca de una serie de violaciones grupales…
En los dos últimos meses aparece en la prensa noticias acerca de una serie de violaciones grupales realizadas por adolescentes hacia chicas adolescentes, agresiones sexuales “en manada”, que originan una importante alarma social y que ponen el grito en los cielos que nos cubren y llevan a buscar y rebuscar explicaciones, más o menos, exculpatorias.
La realidad es que grupos de adolescentes chicos (no menores, sino adolescentes) acosan, cercan y abusan de una chica adolescente (no menor, sino una adolescente). Tras ese acto vandálico y cobarde, varios chicos contra una chica, la víctima queda destrozada y se retrae, casi ni se atreve a decirlo. Además de ser víctima, teme ser considerada culpable o ella misma así se cataloga y se siente.
Lo primero que se debe admitir es que esa “actuación” del grupo de adolescente es machista, tremendamente machista, pues se basa en una agresión estructural en el seno de una sociedad que mira para otro lado y continúa pensando, en determinados grupos, que unos actúan como si solo fueran “cosas de chicos”, mientras que la víctima es culpable frente a 4, 5, 6 vándalos.
La actitud de las familias involucradas tiene su contenido curioso. Muestra incredulidad la familia de las víctimas, que reacciona con sorpresa primero y con rabia y (justa) reivindicación posterior. Expresan su perplejidad y desorientación, buscan culpables y exigen el peso de la justicia sobre los bárbaros.
La familia de los vándalos muestra también su incredulidad, pero intentan justificar lo injustificable desde una sensación de incredulidad hacia el comportamiento de sus hijos y buscan una razón en la que depositar la comprensión y la responsabilidad que, de una u otra forma y manera, les compete y señala de forma directa y clara.
La sociedad muestra su malestar solicitando “castigos ejemplares” a los vándalos machistas y se lamentan que, al ser “menores”, no sean imputables y no vayan a ser recluidos en la cárcel. Otro grupo señala que, en el caso de los delitos cometidos por adolescentes, la reclusión no se demuestra con resultados positivos, sino que la eficacia depende más de programas educativos y de sociabilización positivos.
Llegados a este punto, la información bascula hacia los factores etiológicos para que se den estos episodios y si es cierto que se está incrementando la presencia de estos comportamientos. Lo que se detecta es que, en la actualidad, se denuncian más, hay más visibilidad de estas acciones que, con anterioridad, pasaban en el silencio más absoluto con ocultamiento por miedo y vergüenza por parte de la víctima, de su entorno e incluso de la propia familia.
En cuanto a la etiología, hemos de admitir que para explicar estas situaciones no hay argumentos unicausales, sino que son varios factores que interactúan entre sí y originan sinergias entre sí para que estas acciones se desarrollen.
Un primer elemento lo constituye la violencia y su expresión durante la adolescencia, en ocasiones disfrazada de las características del acoso presencial o del ciberacoso y su manto de secreto y silencio, para cumplir lo que el profesor Epstein, de la Universidad de San Diego, formula como “silencio epidémico”. Pero este silencio es lo que hace que sus efectos, sobre los adolescentes designados, sean totalmente devastadores, incluyendo incluso la comisión de conductas autolíticas que disimulan, aún más si cabe, el reconocimiento de este tipo de comportamiento.
Este aspecto del incremento de la violencia tiene una forma de realizarse peculiar, cuya particularidad es la comisión de los actos agresivos y de abuso en grupo. El grupo diluye la responsabilidad de lo que se hace entre sus componentes en la identidad del grupo que, a su vez, presiona sobre los integrantes individuales para cometer estos actos abusivos. De tal suerte que el grupo incrementa el foco de violencia y abuso, pero este ámbito de abuso estimula la respuesta grupal.
Las redes sociales han colaborado de forma muy relevante, por una parte, cumplen con el principio de difundir con inmediatez lo realizado, se hace con anonimato de quien así se comporta. Sobre todo, las redes sociales tienen un doble efecto: la amplificación y difusión de lo hecho y la introducción de nuevos temas, como pueden ser los componentes sexuales, lo que se denomina como “sexting”, en forma de chantaje hacia la persona abusada para que realice un comportamiento determinado que se le solicita por parte de los abusadores y que incluye la difusión de imágenes eróticas de los propios niños, niñas o adolescentes.
Un tema que está cobrando un peso importante se refiere al consumo de la pornografía por la adolescencia y su papel en la presentación de estos comportamientos sexualizados y de abuso grupal. Es cierto, la pornografía tiene su papel en la etiología de estas situaciones, aquí se intentará abordar los determinantes de esa importancia real.
El consumo de pornografía en la adolescencia es un hecho constatable históricamente, pero se han modificado mucho las características de ese consumo. En primer lugar, se reconoce que el consumo hace años era estático, con fotografías o revistas, consumidas a escondidas en soledad o grupo y que fundamentalmente estimulaban las conductas masturbatorias de los chicos. La accesibilidad a este tipo de publicaciones era todo un ritual que había de cumplirse, se quería acceder, pero que nadie se enterara de esta compra y de su consumo.
El consumo actual de la pornografía ha cambiado radicalmente el perfil. Por una parte, es un consumo de contenidos dinámicos y explícitos de la temática sexual, se ve todo y tal cuál con toda su crudeza, pues en pocas ocasiones aparece la ternura o lo romántico, solo se reduce al contenido sexualizado y, en muchas ocasiones, mediado por actos de violencia, en mayor o menor medida. La segunda característica, se refiere a la accesibilidad que se ha simplificado en grado sumo, efectivamente no hay que ir a buscarlo, simplemente se dispone de ese contenido en el bolsillo y en el interior del teléfono de última generación de la marca de turno. La tercera característica, ya ha sido formulada de forma somera, el acceso se realiza por medio de las nuevas máquinas de telefonía móvil de última generación que están muy popularizados y se han convertido en ordenadores potentes con acceso fluido a internet y una gran disponibilidad. Efectivamente, el hecho que la accesibilidad se realice por el teléfono móvil hace que esté muy disponible para ser utilizado en cualquier tiempo y lugar.
Aún falta señalar otra característica que resulta clave: la disminución de la edad del inicio en el consumo de la pornografía, en cuyo sustrato se encuentra en la tenencia y disfrute de teléfonos móviles de última tecnología a edades muy tempranas. En efecto, según una investigación desarrollada en la Universidad del País Vasco, el inicio de tenencia de teléfonos móviles en la infancia se sitúa en una edad media de 9-10 años, y en un 90% el primer teléfono móvil a esa edad es un smarphone de generación avanzada. Esta nueva característica es un grave peligro que se define por el propio niño o niña que consume estos productos pornográficos sin control parental, ya en el año 2001 este articulista describió: “síndrome del niño con la llave colgada al cuello”; eran niños y niñas a partir de los 8 años de edad, llegaban a casa tras la escolaridad o las actividades extraescolares y las figuras parentales aún no habían llegado a casa por motivos laborales, esta infancia llegaba a una casa donde se encontraba en soledad y buscaba “entretenerse”, lo hacía con las pantallas, en aquella fecha era la TV o los ordenadores y entonces ya se detectaba el consumo de pornografía porque lo encontraban cuando “trasteaban” con el mando a distancia y el control parental ni estaba ni se le esperaba. Tras más de 20 años la situación ha empeorado: la llegada de los teléfonos móviles de última generación ha arrasado y el contenido pornográfico ha resultado mucho más común y variado.
Ya se ha definido una serie de características diferenciales en el consumo clásico de la pornografía y el consumo actual: dinamismo y realidad en el contenido, accesibilidad y disponibilidad incrementadas, consumo individual o grupal, el papel de los nuevos móviles y disminución de la edad de consumo de la pornografía.
Todo ello se da con dos condiciones fundamentales que hacen comprender el incremento del riesgo de la interacción de los factores señalados con anterioridad: el papel de las figuras parentales en esta nueva situación y la deficiente educación sexual que persiste en la actualidad.
Las figuras parentales son las responsables de sus hijos y, además, son los que les facilitan los teléfonos móviles, en la mayoría de los casos por acción (compra y regalo) o pasivamente (aceptando que otras familiares se lo faciliten). En todo caso, son los que asumen la financiación de los gastos que origina el consumo de la telefonía móvil. Solo queda decir: ¿ponen alguna condición para el uso de los teléfonos móviles? Caso de respuesta positiva ¿cumplen esas condiciones o se trasgreden con benignidad? Lo más importante ¿controlan de alguna forma y periódicamente el uso que hacen sus hijos e hijas de los teléfonos móviles? De forma complementaria queda formularse una pregunta: ¿las figuras parentales han participado o participan en realizar informaciones y/o aclaraciones acerca de la sexualidad de sus hijos e hijas en sus diferentes formas de expresión? ¿tienen disponibilidad y accesibilidad para establecer aclaraciones y/o informaciones sobre la sexualidad humana y de la suya propia?
El sistema educativo debe ser responsable de establecer la correspondiente educación afectivo-sexual integral a lo largo de todo el proceso educativo. Las sucesivas leyes de educación, más concretamente la LOMLOE, contemplan la necesidad de establecer esa educación afectivo-sexual en todos los tramos educativos y en todas las edades. Algunos grupos políticos o confesionales se muestran alarmados por este hecho, incluso algunos reclaman la necesidad de implementar el “pin parental”, con el fin de censurar y limitar el ejercicio del acceso y derecho a la educación integral de sus hijos e hijas. La educación afectivo-sexual es una materia que debe abordar el sistema educativo, al igual que aborda otras materias, ofertando unos contenidos reales y cercanos a las necesidades reales de los niños y las niñas de la sociedad actual.
Figuras parentales y sistema educativo deben ser conscientes que si ambos no asumen, en conjunto y complementariamente, la responsabilidad de asumir ese contenido formativo, los chicos y chicas van a buscar la información por su cuenta. De suerte y manera que los y las adolescentes van a descubrir la pornografía. La pornografía se sitúa en el papel de educadora de la sexualidad, pero en realidad muestran conductas sexuales distópicas, distorsionadas, irreales y que solo trasmiten “el acto sexual” con interferencias de contenido machista, de explotación de las mujeres, de actos cargados de dominación e incluso agresividad. Una sexualidad cosificada, sin contenido relacional, afectivo o interactivo y, desde luego, donde no existe el respeto hacia las personas involucradas.
La pornografía no es solo la fuente distópica de la sexualidad, sino que se transforma en algo a imitar y a llevar a la práctica. Sus consecuencias son devastadoras para los que la llevan a cabo por la distorsión y falta de ética de y en la práctica de la sexualidad, pero también en las personas que sufren esa forma de expresión de la sexualidad; en la mayoría de las situaciones suelen ser chicas las víctimas de esta distorsión y el impacto inmediato es de miedo, rechazo y desorientación ante lo que acontece, pero a medio y largo plazo tiene consecuencias mentales relevantes, como síndrome de estrés postraumático, trastornos de la conducta alimentaria, trastornos disociativos y otros problemas con el sueño o la estabilidad emocional.
La educación afectivo-sexual integral es, cada vez, más necesaria y constituye el objetivo preventivo de mayor impacto para modificar estas conductas deleznables que tanto rechazo y dolor producen en la sociedad. La Fundación Alternativas publicó en el año 2021 una monografía sobre educación afectivo-sexual integral, del que fuimos autores Matilde Diaz Ojeda, Isabel Tahauerce y yo mismo, en dicha obra se abordaba la necesidad de establecer una educación afectivo sexual de forma integral a lo largo de todo el proceso educativo, a todas las edades, adaptando su contenido al momento evolutivo y que incluyera las relaciones interpersonales, los aspectos éticos y la dinámica de la sexualidad, de forma y manera que trascendiera los contenidos meramente descriptivos de la anatomía sexual o del acto sexual y la reproducción.
La LOMLOE contempla la necesidad de esta educación sexual integral a lo largo de todo el proceso educativo, pero está solo formulado, ahora se precisa su implementación y desarrollo y que se lleve a cabo por un profesorado que sepa manejar estos conceptos y estas situaciones. Es una prioridad formar al profesorado y desarrollar los programas de forma adecuada, sin temor ni miedos. Hacerlo de forma consciente y rigurosa es oponerse, con rotundidad, a todos aquellos que intenten desarrollar el denominado “pin parental” o intervenir sobre contenidos de índole preventiva hacia las distorsiones de la sexualidad.
Las figuras parentales deben asumir su responsabilidad. Que sean conscientes que el teléfono móvil es mucho más que un teléfono, tiene una gran potencia comunicativa y gran poder relacional, por ello no puede ser entregado sin condiciones previas: no entregarlo con anterioridad a los 14 años, que antes de entregarlo se lleguen a unos acuerdos mínimos (hora de desconexión cargarlo en una zona convenida, no tenerlo en la mesa durante las comidas, no tenerlo en la habitación por la noche, control periódico de los contenidos, cumplir también las figuras parentales con unos acuerdos mínimos). La condición es hacer estos acuerdos antes de entregar el dispositivo móvil, a posteriori no tienen eficacia. No es por culpabilidad que hay que hacerlo, sino por responsabilidad.
En otras palabras, la mejor prevención de estos actos de violencia sexual grupal entre adolescentes y el mejor pin parental es la educación afectivo-sexual integral y ética de la sexualidad a lo largo de todo el proceso educativo.