Hace 20 años un grupo de países encabezados por EE UU y del que España formaba parte decidió, al margen de la ONU, invadir Irak, un país internacionalmente reconocido.

Hace 20 años un grupo de países encabezados por EE UU y del que España formaba parte decidió, al margen de la ONU, invadir Irak, un país internacionalmente reconocido.

Hace 20 años un grupo de países encabezados por EE UU y del que España formaba parte decidió, al margen de la ONU, invadir Irak, un país internacionalmente reconocido. Al grito de “No a la guerra” muchos salimos a las calles en protesta por la invasión. La amplitud de aquella movilización se debió a  la decisión del Gobierno Aznar de participar en la guerra como uno de sus promotores. El “No a la Guerra” fue, primero de todo, la exigencia de que España no participara en una invasión. La primera decisión del Gobierno de Zapatero fue retirar las tropas españolas del Irak ocupado, respondiendo así a la reivindicación esencial del “no a la guerra”, ampliamente mayoritario en la sociedad española de entonces. Fue un gesto valiente que conviene valorar porque responde a una política de principios a la que la izquierda debería atenerse siempre: ningún país tiene derecho a invadir a otro, cualquiera que sean las razones que esgrima.

Hace un año, Putin decidió invadir Ucrania, un país también internacionalmente reconocido. La Asamblea General de la ONU ha condenado por una amplia mayoría (141 países) la invasión y ha pedido la retirada de las tropas rusas. La resolución y la evidencia misma distingue claramente al agresor (Rusia) y al agredido (Ucrania) huyendo de cualquier simetría.

La votación en la ONU resulta útil para entender el mundo actual, cuando parece que entramos en una nueva guerra fría.

Los 141 países que han votado la resolución no miden del todo la influencia norteamericana. La política norteamericana en relación a la Guerra de Ucrania se basa en dos pilares: las sanciones económicas a Rusia y el envío de armamento a Ucrania. Pues bien, son 40 los países que han adoptado sanciones contra Rusia y 30 los que han enviado armas a Ucrania. Estas cifras miden mejor la influencia real de los EE UU.

Las sanciones  económicas contra Rusia no han conseguido su objetivo: colapsar la economía rusa y parar la guerra por esta vía. Rusia ha conseguido eludir el peor efecto de las sanciones comerciando con otros países. Pero aunque no haya colapsado, la economía rusa se está resintiendo considerablemente y tendrá efectos demoledores a medio plazo. Y esa es la razón por la que la UE acaba de aprobar nuevas sanciones.

En contra de la resolución han votado 7 países: Rusia, Bielorusia, Nicaragua, Corea del Norte, Malí, Eritrea y Siria. La simple lectura de esa lista indica que la influencia de Rusia en el mundo es muchísimo menor de la que tuvo la URSS. Rusia sigue siendo una actor global, pero, desde luego, ya no tiene la influencia de la Rusia Soviética.

Los 47 países que se han abstenido o no han votado la resolución (entre ellos China, India, Pakistán y Sudáfrica) más o menos, ven la guerra como un asunto ajeno a ellos. Una guerra europea (otra más).  Un conflicto entre Rusia y la OTAN que no les atañe y del que pueden extraer algún beneficio comerciando ventajosamente con Rusia o minimizando los daños que la guerra les está causando. Habida cuenta que los EE UU se han saltado muchas veces la legalidad internacional y no pocas veces han promovido dictaduras horrorosas, no ven que la posición norteamericana respecto a la Guerra de Ucrania responda a los principios de defensa de la democracia y de la integridad territorial de Ucrania.  Estos 47 países no forman ningún bloque ni siguen la política de nadie. El mundo que tenemos está muy fragmentado. EE UU es, sin duda, el país más importante y el más influyente en el mundo; pero el mundo ya no está vertebrado por la hegemonía norteamericana, ni tampoco por la dinámica de enfrentamiento entre bloques que caracterizó la Guerra Fría. La gobernanza mundial se basará en al multilateralismo o será un caos.

En España,  a diferencia de lo ocurrido hace 20 años, hoy, todas las fuerzas políticas españolas condenan la agresión de Rusia y apoyan a Ucrania. Creo que es buena cosa, aunque al PP habría que recordarle su participación en la agresión de Irak. Sin embargo, no hay tanto acuerdo en relación al tipo de apoyo que se debe prestar a Ucrania. En concreto, una parte de la izquierda se opone a enviar armas a Ucrania con varios argumentos.  Pero antes de entrar a analizar éstos, conviene recordar un precedente.

En 1936, el Gobierno de la República se tuvo que enfrentar a un golpe militar y a la agresión del ejército franquista (apoyado por los nazis alemanes y los fascistas italianos). Como Gobierno legal, internacionalmente reconocido, intentó comprar armas a los países vecinos. Sin embargo, las democracias europeas se negaron a la venta de armas ateniéndose a la llamada política de no intervención. Es indudable que esta política favoreció al bando franquista, a quien suministraba armas y tropas Alemania e Italia. Como se recuerda, finalmente tan solo la URSS accedió a la venta de armas a la República con las que la República pudo resistir tres años. A donde voy a parar es que cuando el agredido pide armas para defenderse, negarle estas armas es simplemente hacer el juego al agresor.

En Ucrania, dada la disparidad de fuerzas entre Rusia y Ucrania, de no ser por la ayuda internacional, la guerra ya hubiese acabado con la derrota del Ejército Ucraniano y la ocupación de Ucrania. En las primeras semanas de guerra, para sorpresa de muchos, el Ejército Ucraniano logró contener la invasión esencialmente con sus propios medios. Paró la invasión aunque perdió el 20% de su territorio que Rusia se ha anexionado. Pero la “operación militar especial” de la que hablaba Putin, vale decir, la toma de Kiev y la destitución del Gobierno Ucraniano, fracasó estrepitosamente por la resistencia ucraniana, de su Ejército (que, recuérdese, hasta hace poco era parte del Ejército Soviético),  del pueblo y del Gobierno.

Un año después de iniciarse la guerra, Ucrania necesita recibir armas y municiones en grandes cantidades si es que quiere seguir resistiendo en la guerra de desgaste en la que se ha convertido la operación militar especial.

No enviar armas a Ucrania es más o menos igual que recomendar a Ucrania que no se defienda y se rinda ante la agresión. Nadie sabe cómo acabará esta guerra; pero, en todo caso, resistir a la agresión no será inutil del todo porque es la forma de disuadir de nuevas agresiones. En ese sentido, haber resistido un año es muy importante, precisamente para disuadir de que el nuevo orden mundial se establezca a golpe de guerras e invasiones.

Ayudar al agredido con armamento para su defensa y procurar que el conflicto no se extienda es la política acertada. Ciertamente, esta política no cierra la vía diplomática para la solución del conflicto. De hecho, son legión los que hablan con Putin y los que, de un modo u otro, se han ofrecido como intermediarios para una negociación. El último de ellos, China. Creo que la guerra no acabará con la derrota total de Ucrania (salvo que EE UU deje de enviar armas) ni con la derrota total del Ejército Ruso, porque antes usarán el arma nuclear. Para que la vía diplomática  se concrete en un acuerdo, hace falta que el conflicto se enquiste y ni uno ni otro vean perspectivas de avanzar.  

Dicho lo cual, no creo que lo que está en juego sea la democracia en Europa, ni que este sea un conflicto entre democracia y autocracia. Esta es más bien una guerra de independencia. Sencillamente, el Gobierno y el pueblo ucraniano se niegan a formar parte del “Mundo Ruso” que Putin quiere unificar bajo su mando. Y menos aún cuando la unificación se hace a sangre y fuego.

Según Putin, el objetivo de la “operación militar especial” es la desnazificación de Ucrania y la protección de su población ruso parlante. Un pretexto tan imaginativo como aquel de eliminar las armas de destrucción masiva en poder de Sadam Hussein con el que se pretendió justificar la invasión de Irak. Los pretextos, por falsos que sean, siempre son necesarios para que la población admita una guerra como mal menor y, de paso, realzar la figura del manda correspondiente. Así Bush se presentó ante la opinión pública como el comandante en jefe de un país en guerra.  Putin, ahora, se presenta como un nuevo Pedro el Grande, creador del Imperio Ruso. Bush pudo alegar que  en Irak, tras la invasión, ya no hay armas de destrucción masiva, obviando el detalle de que tampoco las había antes de la invasión.

Cuando acabe la guerra, Ucrania no estará en manos de los nazis, sencillamente porque tampoco lo estaba antes ni lo está ahora. Misión cumplida, puede decir Putin. Claro que para ese viaje no hacía falta tanta alforja. Es decir, no hacía falta destruir ni Ucrania para desnazificarla ni Irak para eliminar las armas de destrucción masiva. Lo cual apunta a que el verdadero objetivo de Bush no era acabar con las armas de destrucción masiva ni el de Putin es la desnazificación de Ucrania. En el caso de Bush, bastará indagar en los beneficios de las petroleras y de los contratistas militares para entender cuál fue el verdadero objetivo. En el caso de Putin, solo hace falta prestar atención a lo que dice.

Dice Putin que su objetivo es unificar el mundo ruso, o sea, reunir a los territorios que algún día fueron rusos. Para ser más precisos los territorios que en algún momento (pongamos 1917) formaron parte del Imperio del Zar de Todas las Rusias. Además, dice Putin que esa unificación debe hacerse bajo los principios tradicionales: Religión, Patria y Familia. Unos principios que han sido abandonados en el Occidente decadente donde  el ateísmo (o lo que es peor, el satanismo) ha sustituido a Dios; el cosmopolitismo ha destruido el patriotismo y la homosexualidad, transexualidad y otras transgresiones de la moral tradicional han liquidado la familia, la que forman una hombre y una mujer bajo la superior autoridad del primero. Dios, Patria y Familia. ¿Alguien encuentra algún parecido entre este ideario de Putin y el comunismo del que no hace tanto Putin era un destacado cuadro? ¿No es un discurso que, en España, y, salvando las distancias,  bien podría firmar Abascal?

El partido que lidera Putin no es un partido comunista: es un partido nacionalista reaccionario, razón por la cual muchos partidos y partidillos de extrema derecha se sienten tan atraídos por Putin y, a su vez, reciben apoyo de él. Lo que demuestra la guerra de Ucrania es que el nacionalismo identitario reaccionario es muy peligroso (el nacionalismo siempre trae la guerra, como advirtió Mitterrand) para los vecinos que alguna vez formaron parte del Imperio del Zar. La Federación Rusa, sucesora legal de la extinta URSS, se quedó con todo el arsenal nuclear soviético y con él amenaza Putin. En Ucrania, Putin ha dejado claro que está dispuesto a usar la fuerza, incluida la nuclear, para unificar el mundo ruso.

Putin está en su derecho de intentar unificar el mundo ruso. Pero no mediante la guerra. Nada justifica la invasión. Ni la expansión de la OTAN hacia el Este, ni la desintegración de la URSS, de la que ha emergido una Rusia capitalista, dominada por oligarcas delincuentes, exportadora de materias primas, con peso económico muy reducido y empantanada en varias guerras locales en Chechenia, Armenia, Azerbaiyán, Georgia y suma y sigue. De algún modo, la Guerra de Ucrania es la última (por ahora) que ha seguido a la implosión de la URSS y a la sustitución del comunismo por el nacionalismo identitario.

En lo que toca a la seguridad de Rusia, los efectos que ha producido la guerra son como los de la carabina de Ambrosio: la OTAN, que estaba medio muerta, ha resucitado y se ha ampliado con Suecia y Finlandia.

Inevitablemente, todos los países europeos van a tener que aumentar y mucho el gasto militar para adecua sus fuerzas armadas al nuevo tipo de guerra que estamos. Dicho sea de paso, si ante este panorama la izquierda sigue con un discursillo antimilitarista (“gastos militares para cañas en los bares”) es que no sabe en qué mundo nos toca vivir. El pacifismo a ultranza, que significa el desarme unilateral e incondicional del propio país tiene ya más de 100 años de antigüedad. Es una utopía que a lo largo de estos 100 años ningún país, en ninguna circunstancia, ha probado. Por algo será. Por eso, no pasa de ser una lamentable demagogia electoral que alguien se presente como partidario de la paz, frente a los demás, que supuestamente son partidarios de la guerra.

Hoy, luchar por la paz significa estar contra la Guerra de Putin.

Por psoech

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