Ajenos al secreto que guarda Mauricio, en su entorno vivían ilusionados con los preparativos de las próximas fiestas navideñas.
Este año además tenía el aliciente añadido de coincidir con su centenario. …
Aladino Cordero

Ajenos al secreto que guarda Mauricio, en su entorno vivían ilusionados con los preparativos de las próximas fiestas navideñas.

Este año además tenía el aliciente añadido de coincidir con su centenario.

Le recordaron que cumplía años el día 26 de diciembre de 2021 y se proponían como cuestión práctica celebrarlo el día 25 aprovechando la comida de Navidad.

Un gran acontecimiento que sin embargo para Mauricio entraña vivir una pesadilla. Sabe por experiencia lo que supone celebrar cien años. Y sus consecuencias.

Para él era la segunda vez. Ese era el gran secreto que guardaba incluso ante quienes creían ser su familia.

Nadie sospechaba ni remotamente que hacia menos de tres meses que había cumplido doscientos veintidós años.

Estaba ante la tesitura de fingir que entraba en los cien o de romper drásticamente con su identidad actual.

Enredado sin proponérselo en el embrollo de la logística festera, se vio envuelto de lleno en la programación del evento y no era cuestión de explicar en ese momento que realmente tenía la edad que tenía y no la que creían que tenía.

Acabó razonando que merecía la pena correr el riesgo de la falsa conmemoración sabiendo que hoy en día cumplir cien años no era tan llamativo como cuando festejo su primer centenario en 1899.

Sin poder remediarlo se le fue el pensamiento hasta aquel año de finales del siglo XIX, en el que había menos centenarios y España aún no se había repuesto emocionalmente de la pérdida de Cuba.

Finalmente, esto le ayudó ahora a tomar la decisión después de reconocer ante sí mismo que “después de todo, tenemos un problema menos. La Guerra de Cuba ya nos queda lejos”.

Así es como optó por involucrarse con su actual familia en la conmemoración del supuesto centenario. Al fin y al cabo, de haber seguido con vida sería el primer centenario de la persona a la que estaba suplantando sin que nadie tuviera conocimiento de ello.

 – Que bien se conserva el abuelo. Porque sabemos que cumple cien años, sino cualquiera diría que cumple ochenta. O menos. Está joven incluso para ochenta años.

Esos comentarios, aunque no tuviesen la malicia de llevar segundas intenciones le ponían en guardia. Simplemente eran producto de la admiración al verle tan bien conservado.

Por precaución Mauricio guardaba férreamente su secreto. Temía verse obligado a dar explicaciones que no tenían explicación. Llevaba muchos años conviviendo con lo inexplicable.

– Si por mi aspecto llegan a dudar de que tenga cien años, ¿donde acabaría yo si descubren que ya cumplí doscientos veintidós?

Venía solventando como buenamente podía su peculiar historia y siempre con el temor de acabar siendo materia de investigación.

Hacía más de cien años que milagrosamente se había librado de acabar siendo carne de autopsia en un hospital de Jaén.

En 1900, un estudiante de medicina de aquella ciudad, localizo a Mauricio después de descubrir que había donado su cuerpo a la ciencia a través de la Facultad de Medicina y que a pesar de ser centenario aún no había sido entregado para cumplir su cometido científico.

El incidente lo desencadenó la celebración de la Navidad de 1899 que resultó muy especial porque junto a su centenario también se celebró el bautizo del primer tataranieto, nacido en diciembre de ese año.

El cumpleaños de Mauricio había sido el 22 de septiembre, pero pasó sin pena ni gloria.

Fue su bisnieto, el padre del tataranieto recién nacido quien tuvo la idea de celebrar los dos acontecimientos en fecha tan señalada como la Navidad.

Para Mauricio fue recuperar todo el sabor de la Navidad que había ido perdiendo a medida que la gente de su entorno familiar fallecía y cada año se notaban más las ausencias. Han sido las mejores navidades de mi vida, llegó a decir.

Un periódico publicó la noticia de la feliz Navidad por lo llamativo de la presencia de un centenario, algo poco común por aquellas fechas.

Así es como aquel estudiante de medicina, después de leer la noticia y de descubrir en los archivos de la Facultad de Medicina de Jaén que en el año 1806 el tal Mauricio había donado su cuerpo con fines científicos, para la enseñanza y la investigación, se presentó al mismo en Chiclana y le convenció para que le acompañase a Jaén con el fin de hacerle un homenaje por su centenario.

Lo cierto es que fue el padre quien hizo las donaciones de su cuerpo y el de Mauricio en agradecimiento a las prácticas gratuitas realizadas en la Facultad de Medicina de Jaén por las que pudo completar su formación como dentista sacamuelas, lo que le permitió ampliar la profesión de barbero que ya ejercía, al tiempo que iniciaba a su hijo en el oficio de sacamuelas.

– Con siete años ya tienes uso de razón, así que aprovecha el tiempo, le había dicho su padre.

Mauricio acudió a Jaén con cierto mosqueo por el lugar donde le había citado el estudiante. Un hospital no le parecía el lugar más adecuado para celebrar un centenario. Pero había sido tan amable cuando se presentó en Chiclana para ofrecerle el homenaje que accedió por no aparecer como un maleducado. No obstante, puso la condición de que viajaría con su bisnieto para que fuera partícipe del homenaje.

Una vez en Jaén, Mauricio se dirigió al hospital donde estaban citados mientras su bisnieto compraba una garrafa de aceite.

Le había comentado que en Chiclana tenían buenos caldos, pero aceite como la de Jaén había pocas.

En el hospital les esperaba el estudiante. Cuando llegó solo Mauricio, le invitó a pasar a una habitación. El estudiante prescindiendo de preámbulo alguno comenzó reclamando información sobre el paradero del cuerpo de su padre al no constar tampoco como entregado a la Facultad.

Respondió como pudo Mauricio.

– El paradero de mi padre es incierto. La última noticia que tengo es de la desaparición de su cuerpo aún vivo en el año 1812. Se supone que se encaminó hacía América, posiblemente a Chile. Pero solamente son conjeturas. Nunca más supimos de su cuerpo ni vivo ni muerto.

El estudiante de medicina no estaba dispuesto a perder el tiempo.

– ¿Y que me dice del suyo?

– ¿El mío?… Aquí lo puede ver… de cuerpo presente.

–  Pues ya va siendo hora de cumplir con lo prometido. La ciencia le reclama.

Mauricio no salía de su asombro y a duras penas pudo replicar.

– En primer lugar, otros decidieron donarme sin consultar conmigo. Yo solo tenía siete años. Y en todo caso como usted puede comprobar objetivamente aún no llegó mi hora.

– ¡Por que usted lo diga! Muy señor mío, ¿hasta cuanto piensa hacerse de rogar para hacer algo por los demás?

– ¿Me está proponiendo que me muera… ¿y que interés tienen los demás en que yo me muera?

– No se escabulla con preguntas retóricas. Es un egoísta si cree que no ha vivido ya lo suficiente. Y más, considerando que no está aportando nada a la sociedad. ¿Que ha hecho en cien años? Nada. Ni tiene estudios. Ni se le conoce oficio definido…

– Eso lo dirá usted. No se imagina las muelas que he arrancado…

– No me distraiga con tonterías. Es usted una anomalía. ¿No cree usted que ha llegado el momento de colaborar por una vez en su vida aportando algo a la sociedad?

Mauricio cada vez se sentía más incómodo ante el aluvión de conclusiones y de preguntas del vehemente estudiante de medicina. Comenzaba a sentirse un parásito. Intentó justificarse.

– No soy ninguna anomalía. Yo hice toda mi vida lo que hace la mayoría. Trabajar en lo que se puede. Tener hijos si se puede. No hacer mal si se puede…

El estudiante le interrumpe y habla en tono entre burlesco y despectivo.

– Si se puede… si se puede… ¡Evasivas!

Con el mismo brío que venía manteniendo hasta entonces le muestra un libro que aguanta con un mano mientras que con la otra golpea repetidamente sobre la portada para hacer más evidente sus argumentos.

– ¡Este! Este si que aporta a la sociedad.

Luego ya más calmado se dirige a Mauricio para informarle que aquel libro recogía las teorías sobre las mitocondrias descubiertas por Carl Benda en el año 1898.

Definitivamente Mauricio no entendía nada y está verdaderamente agotado a consecuencia del estrés que le produce el estudiante que lo ve a su merced y le habla en un tono tranquilo.

– Mauricio, Mauricio. Se lo digo con todo respeto. Es usted una anomalía. Una anomalía positiva porque tiene ciento un año y parece que tenga cincuenta. Por usted no pasa el tiempo. He recorrido España buscando centenarios y los pocos que existen están achacosos de acuerdo a su edad. Es decir, no sirven. Usted tiene algo especial. Ahora es cuando puede aportar lo mejor de si mismo a la ciencia. Las teorías científicas como las del señor Benda de nada sirven si no se contrastan con la experimentación.

Mauricio escucha absorto las palabras del estudiante y no opone resistencia cuando ve que se le acerca con una jeringuilla y le pincha en el brazo.

El estudiante le asegura que ocupará un lugar importante en la historia de la ciencia por su colaboración desinteresada.

Mauricio poco antes de quedar dormido solamente acierta a decir.

-A ser posible que sea sin necesidad de hacerme autopsia.

Se quedó dormido y no llegó ver entrar a su bisnieto y como le atizaba al estudiante en la cabeza con una garrafa de diez litros de aceite de Jaén y luego llamaba a los médicos para que atendieran a los dos afectados, uno por la inyección y el otro por la garrafa.

 Aquel trance del que le salvo la llegada de su bisnieto le marcó definitivamente para el resto de su vida que amenazaba con ser muy larga por lo que iba percibiendo hasta ese momento.

El estudiante fue expulsado de la Facultad y acusado de intento de homicidio.

Pero desde aquel día Mauricio vivió con la permanente inquietud de ser un cotizado deseo científico, lo que le llevó a tomar precauciones procurando pasar desapercibido para no verse envuelto en las locuras experimentales del estudiante cuando saliera de la cárcel o cualquier otro loco que le quisiera sacar rendimiento a su anomalía científica. Durante bastantes años vivió con la pesadilla recurrente de que el estudiante le perseguía.

Con el tiempo volvió a llorar ausencias familiares y ya no tenía bisnieto ni tataranieto, ni ningún otro familiar directo o indirecto y estuvo barajando si habría llegado el momento de ocultarse en la serranía para vivir como un ermitaño el resto de su vida que, aunque estaba resultando triste, no estaba dispuesto a perderla así por las buenas o por la ciencia más o menos infusa.

Al cabo de los años la soledad le resultó insoportable y fue cuando ideó integrarse en la sociedad de manera que pudiera tener una familia sin levantar sospechas que le llevaran al hospital para hacerle la autopsia con el fin de experimentar su anomalía científica.

Consiguió su propósito y fue capaz de irse procurando familias con ingenuos engaños que le admitían como un pariente lejano al que no conocían.

La anomalía científica que le había detectado el estudiante, permitía que él siguiera viviendo mientras las sucesivas familias se extinguían por el paso del tiempo.

Fueron aumentando las dificultades para cambiar de vida anexionándose a nuevas familias mientras fingía en cada momento que eran su parentela de toda la vida.

Además, desde el lamentable encuentro con el estudiante de medicina siempre le acompañó el trauma de sentirse un parásito y se le acrecentaba la sensación que tenía de que la sociedad cada vez valoraba menos a los viejos. Ya los colmos para Mauricio eran las teorías de muchos jóvenes economistas que iban considerando la longevidad de la población como una carga difícil de soportar económicamente.

– A ver que teorías descubren estos economistas cuando ellos sean viejos- se llegó a decir a si mismo en alguna ocasión.

Como hacía tantos años que era viejo no recordaba que se pensaba de los viejos en su juventud. Así que procuraba rumiar lo menos posible esas cuestiones que le desmoralizaban.

La sociedad se había ido burocratizando, y con el papeleo primero y posteriormente en la era de los datos digitales, pasaba auténticas penurias para lograr colocarse en entornos familiares de sustitución y hacerles creer que eran de siempre.

Para su desgracia, habían pasado aquellos tiempos en lo que de pronto llegaba a un lugar desconocido, se presentaba en una casa y cuando le abrían la puerta les decía,

–Hola, soy el abuelo. He vuelto de América.

También le había dado buen resultado el viaje inverso como cuando recién cumplidos 132 años llegó a San Agustín de Talca en Chile a donde sabía que había emigrado un tío suyo en 1811 huyendo del asedio de Cádiz por los franceses. Suponía que también podría haber aparecido su padre por allí siguiendo los pasos de su tío, pero nunca tuvo pruebas de ello y tampoco se esforzó en indagar demasiado.

Hurgando en el Servicio de Registro Civil e Identificación de Talca encontró una familia con el apellido Sanduvete a la que se presentó mintiendo descaradamente.

– Hola, me llamo Mauricio, tengo 80 años y somos familia.

A continuación, dijo una verdad: Vengo de España.

Después siguió mintiendo. Soy tataranieto de vuestro tatarabuelo Rafael Sanduvete que un día se fue de Chiclana en España y nunca más volvió.

Adulteraba la historia con la tranquilidad de le daba que el presunto tatarabuelo no podía corroborar o desmentir su historia porque la lógica que con él mismo no se aplicaba, imponía que por edad ya haría muchos años que habría fallecido y con un poco de suerte habría dejado descendencia.

En algún caso concreto le falló la estrategia y todo quedó en un mal entendido. Pero lo habitual era que pasado el primer golpe de sorpresa lo admitieran, algunos incluso que no tenían ni idea de un abuelo en América o de tíos abuelos en España.

Por lo general resultaba tan sorprendente y pintoresco ver aparecer un familiar desconocido de 80 años que algunos caían en la cuenta por primera vez que habían tenido un tatarabuelo.

A Mauricio le llamaba la atención comprobar lo fácil que era engañar a la gente.

Contar con buena salud y no necesitar atención especial facilitaba quedarse a vivir con la familia convencida del reencuentro con el pasado que desconocían.

Cuando se acercaban las fechas de navidades le provocaban sensaciones contradictorias de nostalgia y de alegría.

Después de tantos años había participado en tantas y tan variadas navidades que tenía para contar de todo, aunque no contaba nada por precaución.

Las más tristes eran las que seguían a la perdida de sus seres queridos. A su madre no la conoció, por tanto, no le apenaba su falta en Navidad. El padre como hacía tanto tiempo que había desaparecido ya estaba amortizado.

Gozaba de buena memoria y cuando daba con familias que había jóvenes se quedaban encantados con las historias que contaba el abuelo con todo detalle. Narraba la Guerra de Independencia de 1808, la Guerra del 14, la gripe de 1918 o el gol que Zarra marcó a Inglaterra en Brasil y lo achacaban a que el abuelo tenía tanta cultura que lo contaba como si lo hubiera vivido.

Mauricio, en todas las épocas había oído decir: “Vivimos tiempos convulsos como nunca se han vivido”, o bien había escuchado en tono despectivo “Hay que ver como está la juventud. A donde iremos a parar”.

Desde su nacimiento en el año 1799 tuvo ocasión de comprobarlo numerosas veces, pero ya había desistido de repetir que cada generación dice lo mismo de los jóvenes, de los tiempos convulsos y otros tópicos.

La primera vez que era consciente de haber escuchado la cantinela de los tiempos convulsos, fue en febrero de 1810 en su Chiclana natal, en plena Guerra de la Independencia, cuando iba caminando al lado de su padre y al llegar a la casa donde se alojaba el rey de España le dijo.

-Hijo mío, que tiempos más convulsos nos ha tocado vivir.

Luego entraron en la casa donde les esperaba José Napoleón I soportando un inmenso dolor de muelas que intentaba amortiguar reteniendo en la boca tragos de coñac francés.

El monarca escupió parte del remedio y habló atropelladamente en el mismo idioma de procedencia del coñac y un señor que le acompañaba tradujo al castellano:

– Es lo único que adormece el dolor, pero dura poco.

Mauricio esperó en el recibidor mientras su padre que llevaba un maletín, sin más dilación entraba en una habitación con el rey y el intérprete.

Esperó un buen rato y de vez en cuando se oían unos gritos desgarradores que venían de la habitación y le ponían nervioso. A punto estuvo de salir corriendo, pero había un soldado cerca que le miraba fijamente y soportó como pudo los alaridos que se iban haciendo más lastimeros y menos intensos hasta que vio salir a su padre de la habitación limpiándose las manos con un trapo que luego guardó en el maletín.

Llegó a la altura de Mauricio y sin detenerse ni dirigirle la mirada le soltó un escueto

-Vamos.

Sin embargo, oyeron a sus espaldas al soldado

– ¡Attendez monsieur!

Aunque no entendían lo que les decía, los dos frenaron en seco y se volvieron. El militar les indicó con la mano que se detuvieran, se fue hasta la habitación donde había quedado el rey Bonaparte, golpeó respetuosamente y después de abrir y comprobar que todo estaba correcto desde allí mismo el soldado les hizo al sacamuelas y a su hijo un gesto con la mano indicando que se fueran.

En aquellas fechas, un hermano del padre de Mauricio estaba contra su voluntad viviendo provisionalmente en el Cádiz asediado por los franceses. Otro hermano que tenía una tienda de víveres en Chiclana, al lado del rio Iro, era el encargado de aprovisionar la intendencia en el cuartel general de los franceses en Chiclana.

El tío que se quedo sitiado en Cádiz, había llegado con un carro de bueyes a buscar material de construcción para ampliar el balneario de Fuente Amarga que funcionaba desde el año 1803. Debido al éxito que estaba teniendo, el dueño del balneario había decidido completar y mejorar sus instalaciones, pero la Guerra dejó pendientes la obra, y a su tío en la defensa de Cádiz.

El padre de Mauricio ejercía de barbero sacamuelas y cuando aquí arreciaba la crisis de postguerra, siguiendo los pasos de su hermano que llegó a Chile huyendo del asedio de Cádiz, se fue a buscar fortuna a América y nunca más supieron de él. Mauricio utilizó su apellido Sanduvete para localizar familias en América a las que se presentaba como hermano del abuelo que emigró desde España.

Eso fue hace mucho tiempo y desde entonces pasaron muchas cosas. Ahora ha vuelto a Chiclana y de los descendientes de su familia verdadera no tiene ni rastro. Su verdadero apellido Sanduvete está bastante extendido, pero desconoce si alguno de ellos viene de su rama familiar directa. Su apellido actual corresponde a uno suplantado de un señor que de no haber fallecido cumpliría cien años el próximo 26 de diciembre. Cuando consiguió los documentos falsificando el certificado de defunción y cambiando los datos de la cuenta corriente, siguió cobrando la pensión de la Seguridad Social. La familia del muerto le dio cristiana sepultura sin saber que un impostor seguía cobrando la pensión manteniendo viva la personalidad usurpada.

Mauricio ya se había establecido en Chiclana con otra familia a la que llegó después de buscar un apellido coincidente con el que había suplantado. Y después de convivir varios años tranquilos, estaban en los preparativos de la celebración del falso centenario.

Con su actual familia visitaron la urbanización Balcón del Novo que está en el Novo Sancti Petri.

Les habían invitado a pasar allí la Navidad unos parientes que vivían todo el año en Bilbao y tenían una segunda residencia en la urbanización.

Les pareció una gran idea celebrar juntos la Navidad y de paso el centenario del abuelo.

Se emocionó al poder celebrar otra Navidad en familia y al comprobar que la urbanización se había levantado en el mismo lugar en el que se desarrolló la Batalla de Chiclana el 5 de marzo de 1811.

Y vio dentro de la propia urbanización un cartel conmemorativo con unas palabras de recuerdo y unos planos que describían el movimiento de las tropas durante la batalla que se desarrolló en ese mismo lugar y donde murieron cerca de cuatro mil soldados en una mañana. De esto hace 210 años. El tenía 12 y recuerda haber estado ayudando a su padre junto con otros vecinos y soldados, a auxiliar heridos y recoger muertos. Jamás se olvidó del sordo sonido de los cuerpos inertes que iban arrastrando a través del monte bajo y como se desgarraban sus uniformes hasta llegar a los montones de muertos que iban acumulando.

La familia vasca propietaria de la segunda residencia del Balcón del Novo la integran el matrimonio con su hija y les acompañaban la madre y un hermano de la mujer. Venían a pasar las vacaciones durante las navidades y luego regresarían a su lugar de residencia habitual donde el marido y la mujer ejercen la medicina.

Ella trabaja como investigadora en el área de estudio del metabolismo y la nutrición en el Instituto de Investigación Sanitaria Biocruces Bizkaia.

El marido trabaja en el Instituto Anatómico Forense.

Estos datos pusieron en guardia a Mauricio. Por si esto fuera poco se añade que eran doce los comensales previstos.

Le dio muy mala espina todo ello y valoró seriamente la posibilidad de desaparecer discretamente para buscarse otra familia.

Pero como deseaba tanto pasar otra Navidad en familia optó por lo inmediato aún arriesgándose a ser carne de cañón científico.

Como siempre, disimularía para no levantar sospechas, especialmente con los médicos.

Mauricio estaba precavido pero contento al mismo tiempo ¡Hacía tanto tiempo que no celebraba una Navidad!

Había compartido todo tipo de situaciones propias de las navidades. Alegrías, discusiones, penas por las ausencias… Soledad cuando no las pudo celebrar.

En todas ellas siempre había sido muy comedido con la ingesta de alcohol, pero esta noche hizo la excepción. Se fue animando y cuando estuvo un poco chispa comenzó a hablar sin cesar. Perdió toda precaución y contó con detalle cosas de manera que solo podía contar quien las hubiese vivido. De la Batalla de Chiclana, de la gripe de 1918 que les recordó que era igual que con el COVID-19… Os aseguro que era igual que como estamos ahora aquí. Solo que sin vacunas como las que tenemos.. pero…manteniendo distancias, las ventanas abiertas para ventilar… las mascarillas…

Siguió contando detalles que sorprendían a los comensales que le escuchaban con total atención.

Habló de como se celebran las navidades en distintos lugares del mundo. Las uvas que se tomaban en Chiclana en Nochevieja desde hace más de doscientos años porque Chiclana antes tenía viñedos donde ahora hay pinos…

Les contó como curiosidad que, en San Agustín de Talca, en Chile, el día de Nochevieja con las campanadas de medianoche, los talquinos encienden velas sobre las tumbas y las adornan con flores mientras brindan con licores espumantes y bailan recordando a sus muertos.

Siguió y siguió hablando y bebiendo. Después de doscientos años, estaba disfrutando de la mejor Navidad de su vida. Estaban todos contentos. Ningún cuñado se peleaba…

Pensó que era el momento de desvelar su secreto. Ya había vivido lo suficiente y estaba dispuesto a llevarse a la tumba este bonito recuerdo de Navidad antes de contribuir al avance científico con la investigación de su cuerpo.

Sabía que iba a impresionar a todos y posiblemente los médicos serían los primeros en animarle a morir por la ciencia.

Lo soltó.

-Tengo doscientos veintidós años.

Le miraron con atención. Silencio. No hubo reacción.

Mauricio les miro, también serio y repitió elevando más la voz.

– ¡Tengo doscientos veintidós años!

Ahora la respuesta fue unánime. Una sonora carcajada de todos los comensales. La médica y el médico los primeros. Y alguna exclamación.

– ¡Que pedo tiene el abuelo!… Muy bueno… que gracioso.

Por más que se esforzaba Mauricio en convencerles más carcajadas seguían predominando.

También el acabó sumándose a las risas.

Y pensó que mañana sería otro día. Que ya no tenía miedo a ser material de investigación de un caso único en la historia.

Y que esa familia que le quería, le seguiría queriendo cuando descubriera que su edad eran doscientos veintidós años.

Y que seguramente volvería a pasar por la pena de ver desaparecer a esa familia y otra y otra y…

No quiso pensar más. Solo quería disfrutar de ese momento. De pronto levantó la copa y sobreponiendo su voz a las risas gritó contento.

– ¡Feliz Navidad!

Aladino Cordero.

Diciembre 2021.

Por psoech