En la ciudad de Madrid tenemos un partido conservador, que no ganó las elecciones, en el poder. Un partido roto por dentro, en el que luchan dos corrientes involutivas que no ofrecen nada bueno, nada nuevo, a la sociedad
Diario.es | lunes 13 de diciembre de 2021
Más allá de cualquier diferencia ideológica, de una manera u otra de entender la gestión pública, debería de haber una tangente en la que las diversas opciones de organización social coincidiesen. Los políticos nos dedicamos a intentar mejorar la vida de las personas, ese sería un buen punto de partida, ¿no cree usted? Luego empezarían las confrontaciones democráticas, algo inevitable (me atrevería a asegurar que hasta saludable) porque el espectro de propuestas encierra posibilidades contradictorias y excluyentes. Eso de que no hay ni derechas ni izquierdas es una tontería de quien acepta no pensar. ¡Claro que hay izquierda y derecha! Y tanto una como otra piensa que lleva razón.
Sin embargo, tiene que existir un mínimo de honestidad propositiva, una línea de flotación moral que sostenga el peso de lo que se defiende. La política y la química no son tan distintas: ambas manejan compuestos que, al mezclarlos, dan lugar a éxitos y a fracasos, a antídotos y a venenos, a pomadas que alivian y a ácidos corrosivos. ¿Quién es el jefe del político/químico? ¿A quién sirve en su laboratorio?, he ahí la gran pregunta. Trabajar para una gran farmacéutica que busca el lucro de sus accionistas o investigar en una universidad pública que pretende el bienestar común, usted me entiende.
¿Qué está ocurriendo ahora mismo en la ciudad de Madrid? Pues que tenemos un partido conservador, que no ganó las elecciones, en el poder. Un partido roto por dentro, un partido en el que luchan dos corrientes involutivas que no ofrecen nada bueno, nada nuevo, a la sociedad, un partido apoyado por otras dos fuerzas de derechas. La primera, Ciudadanos, pierde aire como un globo pinchado (no había ideas en su interior, lo lamento). Se acabó el baile para ellos y lo saben. Abandonar la pista cuesta mucho. La pata restante del trípode se llama Vox, un ejercicio bizarro de exaltación depredadora que nada busca sino destruir. Sus dirigentes me recuerdan demasiado a las langostas que todo lo devoran a su paso.
Estos son los socios de un alcalde a tiempo parcial, de un hombre inteligente que ha preferido entregar su lealtad a un partido corrupto antes que a los madrileños. Ciudadanos y Vox han conseguido, por ejemplo, que este ayuntamiento haya hecho el ridículo al no haber estado a la altura institucional que se esperaba del gobierno local tras la pérdida de una madrileña, de una escritora genial. Ciudadanos quiere entrar en el PP como sea, me juego con ustedes una cerveza, y Vox está disfrutando de lo lindo viendo cómo se arrastran suplicando apoyos presupuestarios.
Madrid necesita un cambio de rumbo y un cambio de motivaciones. A día de hoy, Almeida solo tiene un objetivo: ser recordado como un conservador que hizo todo lo que debía…. por su partido. Ciudadanos no para de realizar audiciones para que los contraten en el nuevo musical del PP. Y Vox sigue disfrutando de esa barra libre a la que ha sido invitado por una derecha acomplejada. Cuanto más bebe uno, más tonterías dice y más pesado se vuelve. Es ley de bar.