El machismo y la impregnación de las instituciones por la cultura patriarcal han buscado subterfugios para evitar asumir la realidad de la expresión de la violencia paterna.
Lunes, 14 de junio de 2021. He dedicado más de 40 años de mi práctica profesional al trabajo de investigación y tratamiento de la infancia maltratada, y sus diferentes tipologías de presentación: los malos tratos físicos, los emocionales, la negligencia y abandono y, por fin, los abusos sexuales. El recorrido de las posibles notificaciones judiciales resulta ser variable, se precisa el parte de lesiones, solo se puede aportar en el caso de los malos tratos físicos y en los abusos sexuales deben existir restos biológicos, todo lo demás no progresa.
Al cabo del tiempo las aportaciones científico-técnicas se han modificado. Se ha profundizado en delimitar y describir con precisión, los acontecimientos y circunstancias en que se presentan los malos tratos a la infancia.
Los estudios muestran que un gran número de casos en los que las figuras parentales han sido maltratados en su infancia, son padres que no maltratan y son buenos cuidadores
En el año 1990 S.J. Breiner publica el libro “Slaughter of the inocent”, en el texto analiza cómo se presentan los malos tratos a la infancia en cuatro culturas diferentes: la occidental, la musulmana, la judía y la china. La clave que emergió fue la consideración de la mujer en esa cultura analizada. Las culturas en que la consideración socio-cultural de la mujer era menor, los malos tratos a la infancia eran más prevalentes. Es decir, la cultura patriarcal era un caldo de cultivo para el comportamiento de índole violenta de las figuras parentales, fundamentalmente de la figura paterna, hacia sus hijos.
Hay dos funcionamientos familiares que son factores favorecedores de la violencia de las figuras parentales hacia sus hijos: el aislamiento (dificultades manifiestas para establecer intercambios relacionales con el exterior del sistema familiar, dificultades que, en algunos casos, se presentan en las relaciones con la propia red familiar extensa). La primera repercusión del aislamiento es la disminución de los intercambios socio-culturales con el contexto, dificultándose la obtención de modelos de identificación alternativos a los establecidos en ese grupo familiar. La consecuencia inmediata de ese aislamiento es la dificultad en buscar y solicitar apoyos emocionales y sociales, con lo que se incrementa la dificultad para la utilización adecuada de los recursos existentes en esa comunidad o, cuando solicitan ayuda, lo hacen de forma inadecuada, incompleta o abandonan el recurso.
El machismo se expresa en la destrucción del fruto de esa relación, los hijos son considerados, por el machista, como un bien muy valioso para la mujer, un bien calificado como “el más valioso”, en ese sentido decide hacer el daño más agudo y persistente que puede existir: matar a los hijos
Una consecuencia relacional y comunicacional del aislamiento social consiste en el encerramiento. El mecanismo es la introversión de los conflictos externos hacia la propia comunicación en el interno del sistema familiar. Ocurran donde ocurran esos conflictos relacionales o de otro tipo (barrio, trabajo, escuela, diversiones) se trasladan de forma automática al interior del sistema familiar, en cuyo seno se pretende aliviar la ansiedad que produce la imposibilidad de abordarlos allí donde se producen, por lo tanto, es una vía de descarga y de escape y no una elaboración de esas dificultades. Este encerramiento contribuye a que interpreten a los sistemas de apoyo comunitario como amenazantes para la propia estabilidad del sistema familiar.
El funcionamiento subjetivo se sintetiza en la dificultad de mentalización, lo que desencadena el paso al acto en la interacción. Superar situaciones conflictivas requiere una organización mental de cierta complejidad; en determinadas circunstancias la organización mental se pone a prueba y si no ha adquirido esa madurez en su complejidad, ante situaciones relacionales y comunicacionales la respuesta se verá dominada por la actuación. Estos pasos al acto son las descargas de la tensión emocional, lo que dificulta la comprensión de los contenidos y de la elaboración mental de esas circunstancias y de la propia respuesta, por lo tanto, lo que emergen son las consecuencias a los actos y no los condicionantes que originaron esa respuesta. No obstante, no se mitigan las respuestas actuadas, porque le falta la capacidad de mentalizar lo que hace que no consiga una canalización de la agresividad de forma controlada, ese descontrol se va a manifestar también en los contenidos educativos o a la hora de trasmitir la autoridad parental.
El sistema judicial suele dar la razón a los adultos, con lo que no se da credibilidad a la narración de los niños y, de esta suerte, estas dos circunstancias no suelen evaluarse de forma correcta y suficiente
En este tiempo han emergido dos características complementarias a los malos tratos de la infancia: la “violencia vicaria” y el “síndrome de alienación parental” (SAP).
La violencia vicaria consiste en la acción que un miembro de la pareja parental, en general el miembro masculino, utiliza la violencia sobre los hijos con el fin de hacer daño al otro miembro de la pareja parental; en general suele ser la mujer. Esta violencia puede presentarse desde el secuestro de los hijos (por ejemplo, el que realizan algunos padres de determinada creencia y/ cultura cuando secuestran a sus hijos y los llevan a sus países, como “pago” a un proceso de separación o divorcio) hasta el asesinato de sus propios hijos (por ejemplo, el realizado hace unos años por el padre que mata y quema a sus propios hijos simulando una desaparición, o el reciente asesinato, presunto, de dos niñas en Tenerife). En este caso el machismo se expresa en la destrucción del fruto de esa relación, los hijos son considerados, por el machista, como un bien muy valioso para la mujer, un bien calificado como “el más valioso”, en ese sentido decide hacer el daño más agudo y persistente que puede existir: matar a los hijos.
El único desencadenante es la supremacía que siente el sujeto machista sobre la mujer. Se suelen buscar razones como los celos, la intolerancia a la separación o que pueda padecer un trastorno mental. No, desde luego que no es un enfermo mental, en general, puede tener rasgos funcionales, relacionales o perceptivos determinados, pero en el seno de un machismo cultural y de supremacismo de macho sobre la mujer, o el sentimiento de propiedad real y control de la mujer y su separación supone una contraposición brutal al poder machista que él representa.
El SAP es una construcción, supuestamente científica, que nunca ha conseguido ser aceptada como tal. Tras más de 10 años de discusiones en USA y a nivel internacional, no obtuvo las condiciones mínimas exigidas para ser considerada como una categoría científico-técnica como para incluirse en el sistema americano de clasificación de los trastornos mentales y del comportamiento, conocido como DSM-5; pero tampoco consigue que la OMS lo incluya en su sistema de clasificación denominado ICD-11.
Según los defensores de este fenómeno, el SAP se caracteriza porque un miembro de la pareja parental, en general la figura materna, hace actuaciones tendentes a que los hijos rechacen al otro miembro de la pareja parental, en general la figura paterna. Habitualmente se suele acusar a la figura materna de ser la inductora del SAP en contra de la figura paterna.
El estudio del SAP puso de manifiesto que, mayoritariamente, se presentaban en procesos de separación o divorcio de las figuras parentales, pero que eran unos divorcios complejos y en los que solían mediar acusaciones de malos tratos (sobre todo de tipo emocional y psicológico) y/o de abusos sexuales (ASI). En estos casos hay muchos juzgados de familia que se niegan a aceptar estos tipos de maltrato en la infancia y las dificultades se transforman en un diagnóstico: SAP.
La evaluación de estos casos se basa en la presencia de determinados síntomas y signos que no son patognomónicos por sí mismos, sino que lo son en tanto se presentan en un contexto personal de ese niño/niña en un momento determinado de su etapa de desarrollo, ese conjunto sintomático debe ser adecuado, coherente y consistente, tanto en la perspectiva de los síntomas (lo que narra el sujeto) con los signos (lo que detecta el profesional).
En el caso de los ASI la situación es mucho más compleja, existe una resistencia muy importante a aceptar la narración de los niños y niñas sobre estas situaciones, además no es común que existan las pruebas de rastros biológicos, para poder hacer el DNA. La gran parte de los ASI, al menos en la actualidad, no suele ser con penetración, sino que se establece por medio de conductas de estimulación (toqueteos, felaciones, manoseos), es decir que no va a dejar el rastro biológico.
En estos dos casos la figura parental no custodia se oculta tras el SAP, con el fin de evitar la culpabilización por los hechos que se le imputan. Es una situación en la que queda palabra contra palabra. El sistema judicial suele dar la razón a los adultos, con lo que no se da credibilidad a la narración de los niños y, de esta suerte, estas dos circunstancias no suelen evaluarse de forma correcta y suficiente.
En ambos casos se debe realizar una semiología detenida y muy consistente. Por ejemplo, el local debiera estar acondicionado para recibir a la infancia y adolescencia, los locales muy “judicializados” no son los mejores para realizar la exploración. En segundo lugar, el tiempo, en general la infancia no soporta tiempos de exploración muy dilatados, a partir de los 20-30 minutos, según la edad, aparece el cansancio y las conductas que lo expresan (se tira en el suelo o sobre la mesa, inicia un discurso que va saltando de tema a tema, aparecen incongruencias en la narración, pierden la perspectiva del tiempo en la narración, “dar la razón” a lo que se le pregunta sin atenerse al contenido). Existen escasas escalas adecuadas para estas circunstancias de forma específica y las que existen tienen una fiabilidad bastante discutible, las escalas evalúan las condiciones y comportamientos generales de la infancia, pero el profesional debe saber realizar la lectura interpretativa de los resultados, sabiendo que son pruebas complementarias y no pruebas diagnósticas. En este sentido existen técnicas de entrevista que son muy útiles para evaluar, tanto el contenido como la expresión y fiabilidad de lo narrado, a la infancia en estas circunstancias, la prueba más precisa es la de Yuille, consta de cinco etapas sucesivas con contenidos y secuencia muy precisas, tuve el placer de adaptarla al castellano y se publicó en una Revista del Consejo General del Poder Judicial en el volumen del año 1993-94.
Para poder realizar una correcta evaluación se precisan unos profesionales formados en exploración y tratamiento de la infancia y la adolescencia y de tiempo, ambas condiciones no suelen ser la norma en los equipos psicosociales de los juzgados, más avezados en evaluaciones de personas adultas y muy escasos de plantilla e incompletos en cuanto a los profesionales para evaluar. La nueva ley contra la violencia en la infancia enfatiza estas condiciones de la formación específica en la infancia para realizar unas evaluaciones fiables y consistentes desde la perspectiva científico-técnica, certificando las dudas razonables sobre la calidad psicosociales, en las condiciones actuales.
Hemos de estar muy atentos, no descalificar lo que dice la infancia ni los miedos expresados por las mujeres. Solo de esta forma y manera podremos intervenir de forma preventiva, entre otras cosas porque así se rompe el aislamiento social y se quiebra el encerramiento relacional