Tribuna de José Luis Ábalos, secretario de Organización del PSOE y ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana
Hay dudas bastante razonables de que la frase de que Roma no pagaba traidores respondiera a un hecho real. ¿Se negó Quinto Servilio Cepión a dar la recompensa prometida a los asesinos de Viriato? ¿O fue una invención de tamaño imperial para no reconocer que todo vale en la guerra, incluido el soborno a los enemigos? Casi dos mil años después parece existir cierto consenso historiográfico sobre el particular: Roma pagó primero y disimuló después no haberlo hecho.
Con el Partido Popular, en cambio, los cronistas lo tienen mucho más sencillo. En blanco o en negro, en directo o en diferido a través de una simulación, el PP siempre paga. No esconde la mano con la que da de comer a sus otrora adversarios políticos y se ofrece abiertamente como destino a las ratas que abandonan el barco de enfrente.
Atrás han quedado las cábalas que algunos se hacían sobre cómo Pablo Casado iba a conseguir unir a la derecha en torno a su triste figura. No hacía falta como se le pedía, incluso dentro de su partido, que el PP girara al centro. Bastaba con que tirara de talonario y abriera una oficina para traidores en su sede nacional con un ex dirigente de Ciudadanos al frente, dirigiendo la compra de voluntades.
Han aplicado al pie de la letra la máxima de Clemenceau, primer ministro de Francia durante la Tercera República: “Un traidor es alguien que dejó su partido para inscribirse en otro. Un convertido es un traidor que abandonó su partido para inscribirse en el nuestro”. Este es hoy el PP, el partido de los convertidos.
Siendo Mariano Rajoy ministro de Administraciones Públicas, las principales fuerzas políticas firmamos en 1998 un acuerdo político para impedir que comportamientos deshonestos alteraran la voluntad popular emanada de las urnas. Desde entonces se ha renovado tres veces, la última el pasado mes de noviembre, para sumar a más partidos, para que alcanzara todos los niveles de representación y para impedir, por ejemplo, que súbitos cambios de chaqueta decidieran mociones de censura.
El pacto antitransfuguismo, que así se dio en llamar, era ante todo un compromiso por la decencia, que es un valor, por lo visto, muy escaso entre las filas de la derecha. Ninguna organización es inmune a la codicia o la deslealtad de alguno de sus integrantes, pero únicamente el PP ha incorporado esta forma de corrupción a su estrategia política.
Lo hicieron en 2003 para impedirnos gobernar la Comunidad de Madrid y buscaron otro tamayazo en 2020 para evitar la investidura de Pedro Sánchez, que les llegó a ofrecer el móvil de todos los diputados socialistas para que probaran suerte.
En Murcia, como recordaréis, tuvimos que reaccionar ante su manifiesta prevaricación en la administración de vacunas y el continuado saqueo de las arcas públicas. Presentamos una moción de censura en defensa de la democracia que fue abortada por la compra en directo de cuatro diputados de Ciudadanos, una suerte de mercado persa del que se vanagloriaron como si hubiera sido ideado por el mismísimo Maquiavelo.
Era de esperar que la comisión de seguimiento del Pacto Antitransfuguismo determinara que, tanto el presidente Fernando López Miras como los cuatro diputados de Ciudadanos que hicieron fracasar la moción pasándose al lado oscuro, eran tránsfugas de los pies a la cabeza. Para tapar sus vergüenzas, Casado y su cohorte han decidido dar por roto el Pacto, como si con ello pudieran negar lo evidente: que estos romanos siguen pagando traidores.
Lo más grave es que su decisión de no someterse a los mínimos dictados de ejemplaridad y ética que impone la vida pública no se circunscribe a Murcia. Esconde, en realidad, su voluntad de canibalizar a sus socios de Ciudadanos previo paso por la ventanilla de traidores.
Pretenden elevar el transfuguismo a otra categoría mucho más siniestra. Se disponen no ya a comprar a un puñado de dirigentes seleccionados sino a todos aquellos que les ofrezcan alguna cabeza de Viriato por pequeña que esta sea. Es mucho más que una OPA hostil hacia un partido que sigue siendo su aliado en algunas Comunidades y Ayuntamientos. Es institucionalizar un comportamiento mafioso.
No dejaremos de denunciar este intento de convertir la política española en un estercolero. Ni de pedir a Ciudadanos que reaccione y deje de ser el báculo de una organización que no se detiene ante nada, como si una fechoría, por ser enorme, pudiera adquirir un nombre decente. Ya no queda en el PP una gota de decencia. Se ha fugado con un trompetista de la vecindad.